Por: Aquiles Córdova Morán

 

En el mundo entero se han encendido las alarmas por el acelerado crecimiento de la pobreza y la desigualdad en la mayoría de los países a causa de la pandemia. Entre otros síntomas de alarma, destaca el informe de la Oxfam, la organización no gubernamental más reconocida sobre este tipo de problemas, publicado el 25 de enero del 2021, fecha coincidente con el inicio del Foro Económico Mundial que año con año se celebra en Davos, Suiza, y que esa ocasión tuvo que ser virtual para no poner en riesgo la salud de los participantes.

 

Pienso que el propósito de hacer coincidir ambas fechas fue llamar la atención del influyente Foro sobre la grave situación que aborda el informe al que me refiero. En principio, Oxfam pone de relieve las causas fundamentales que explican el gran incremento que está experimentando la desigualdad en todo el mundo. Desde el inicio de la pandemia, la fortuna de los hombres más ricos del mundo ha aumentado en 500 mil millones de dólares, una cifra que financiaría con creces una vacuna universal contra la COVID-19 y garantizaría que nadie cayera en la pobreza como resultado de ésta. La pandemia también ha desatado la peor crisis laboral en más de 90 años, y cientos de millones de personas se encuentran subempleados o desempleados. Esto quiere decir que el descontrolado aumento que está registrando la desigualdad en el mundo, alcanzando niveles desconocidos hasta hoy, obedece, por un lado, a que se ha incrementado la concentración de la riqueza en manos de unos cuantos magnates y, por el otro, al crecimiento del desempleo, el cual registra niveles no vistos en épocas recientes.

 

En otro párrafo del informe de Oxfam se menciona que, en nueve meses, las mil mayores fortunas del mundo ya habían recuperado las pérdidas económicas originadas por la pandemia de la COVID-19, mientras que las personas en mayor situación de pobreza podrían necesitar más de una década para recuperarse de los impactos económicos de la crisis. Y, más adelante, añade: “El informe revela que la pandemia de COVID-19 tiene el potencial de aumentar la desigualdad económica en prácticamente todos los países del mundo al mismo tiempo, una situación sin precedentes desde que empezara a registrarse este tipo de datos hace más de un siglo. El aumento de la desigualdad podría provocar que la humanidad tarde como mínimo 14 veces más en reducir la pobreza hasta el nivel previo a la pandemia que el tiempo que han tardado las mil personas más ricas del mundo (en su mayoría hombres blancos) en recuperar su riqueza”.

 

Esto quiere decir que mientras los poderosos tuvieron un daño momentáneo, del cual se recuperaron rápidamente, pues hoy sus fortunas son mayores que antes de la pandemia, los pobres tardarían 14 veces más, lo que da un total de 126 meses o diez años y medio (nueve meses por 14 veces), para volver al nivel de ingresos que tenían antes, si es que llegan vivos. Este fenómeno retrata de cuerpo entero el egoísmo y la ambición que dominan en la sociedad de nuestro tiempo. Y hay otro tipo de daños: “La desigualdad se está cobrando vidas. En Brasil, las personas afrodescendientes tienen un 40 por ciento más de probabilidades de morir a causa de la COVID-19 que las personas blancas, mientras que en Estados Unidos, si la tasa de mortalidad de las personas de origen latino y afroamericano hubiera sido la misma que la de las personas blancas, aproximadamente 22 mil personas negras y latinas aún seguirían con vida. Las zonas más pobres de países como España, Francia e India presentan tasas de infección y mortalidad más elevadas. En el caso de Inglaterra, las tasas de mortalidad de las regiones más pobres duplican a las de las zonas más ricas.”

 

Es decir, en las zonas pobres de la rica Inglaterra mueren dos pobres por cada rico o simplemente acomodado. Estos datos demuestran que, en cualquier parte del mundo, son los pobres los que se están llevando la peor parte en la pandemia, tanto desde el punto de vista económico como del escaso interés que se pone en salvar sus vidas.

 

El portal Deutsche Welle recoge la siguiente cita del informe: “A escala mundial, los multimillonarios incluso vieron incrementar su fortuna en un volumen total de 3.9 billones de dólares entre el 18 de marzo y el 31 de diciembre de 2020, según Oxfam, que se apoya en particular en datos de Forbes y Credit Suisse. Estados Unidos, China y Francia registran los avances más importantes. En este último, por ejemplo, los multimillonarios –entre ellos Bernard Arnault, tercera fortuna a nivel mundial– “ganaron cerca de 175 mil millones de euros (213 mil millones de dólares) en el mismo periodo”.

 

Basta con esta breve reseña del informe de Oxfam para dejar claro que la desigualdad y la pobreza en todo el mundo (y México no es la excepción) se están acelerando y están alcanzando niveles de tragedia con motivo de la crisis provocada por la pandemia. Según Oxfam, es muy probable que la pandemia pase a la historia como la primera vez en que la desigualdad se incrementó al mismo tiempo en prácticamente todos los países del mundo; con esta puntualización, Oxfam subraya el carácter mundial del desastre, lo cual abre la posibilidad de que los pueblos del planeta se den cuenta, por primera vez, de que todos somos víctimas no de la pandemia, sino de la sociedad capitalista y de los gobiernos que la dirigen y representan. Es muy significativa, en este sentido, la información de Deutsche Welle que dice: “Mientras tanto, el temor a las consecuencias de un continuo distanciamiento entre ricos y pobres también ha llegado a los organizadores del Foro Económico Mundial. Están especialmente preocupados por los jóvenes y advierten que una “generación doblemente fracturada está creciendo en una época de oportunidades perdidas”. Además, en su último Informe sobre Riesgos Mundiales, el Foro Económico Mundial advierte que los perdedores de la pandemia, especialmente los jóvenes, están “perdiendo la confianza en las instituciones económicas y políticas actuales”.

 

O sea, el influyente FEM llega a una conclusión bastante parecida a la que acabo de señalar. Y es así porque, si leemos con atención el informe de Oxfam y algunas de las opiniones que ha despertado, como la del Foro Económico, nos daremos cuenta de que, para ellos, la pobreza y la desigualdad no llegaron con la pandemia, sino que ya existían antes de ella y ya presentaban perfiles agudos y preocupantes, es decir, que la pandemia no es la causa de esos flagelos, sino sólo de su incremento acelerado.

 

Por lo que señalan y cómo lo dicen, pienso que tanto Oxfam como el FEM no dudan de que la verdadera causa radica en la naturaleza misma del sistema, es decir, en la propiedad privada de la riqueza social, en la economía de libre empresa y libre mercado, que son los factores que determinan la concentración de la riqueza al mismo tiempo que carecen de mecanismos para regular y atenuar ese proceso pernicioso.

 

Oxfam afirma al respecto: “La crisis de la COVID-19 se ha propagado por un mundo que ya era extremadamente desigual. Un mundo en el que, durante 40 años, el uno por ciento más rico de la población ha duplicado los ingresos de la mitad más pobre de la población mundial. Un mundo en el que una pequeña élite de poco más de dos mil milmillonarios poseía más riqueza de la que podría gastar, aunque viviera mil vidas. Un mundo en el que casi la mitad de la humanidad tiene que sobrevivir con menos de 5.50 dólares al día y en el que perder tan solo un ingreso supone caer en la miseria.”

 

En otras palabras, el uno por ciento más rico ha acumulado, en 40 años, una riqueza que equivale al doble de la que posee en conjunto la mitad más pobre de la población mundial, esto es, cerca de tres mil millones de seres humanos. La causa de fondo de la desigualdad y la pobreza, entonces, no es la pandemia, sino el capital hambriento de utilidades. Antonio Guterres, secretario general de la ONU, abona en el mismo sentido: “Se ha comparado a la COVID-19 con una radiografía que ha revelado fracturas en el frágil esqueleto de las sociedades que hemos construido y que por doquier está sacando a la luz falacias y falsedades: la mentira de que los mercados libres pueden proporcionar asistencia sanitaria para todos; la ficción de que el trabajo de cuidados no remunerado –como el de la mujer en el hogar, aclaro yo, ACM– no es trabajo; el engaño de que vivimos en un mundo postracista –es decir, que el racismo ha desaparecido de la faz del mundo, cuando la lucha de los afroamericanos en Estados Unidos está diciendo a gritos lo contrario, digo yo–; el mito de que todos estamos en el mismo barco. Pues si bien todos flotamos en el mismo mar, está claro que algunos navegan en súper yates mientras otros se aferran a desechos flotantes.”

 

La pobreza y la desigualdad, pues, nacen de la entraña del modelo capitalista, del neoliberalismo impuesto casi a la fuerza a la mayoría de los países. Oxfam remacha esta tesis cuando afirma: “Esta desigualdad tan extrema se materializa en el hecho de que, incluso antes de la pandemia, miles de millones de personas ya vivían en una situación límite y carecían de los recursos y el apoyo necesarios para hacer frente a la crisis económica y social generada por la COVID-19. Más de tres mil millones de personas carecían de acceso a atención médica, tres cuartas partes de los trabajadores y trabajadoras no contaban con mecanismos de protección social, como la prestación por desempleo o la licencia por enfermedad, y más de la mitad se encontraba en situación de “pobreza laboral” en los países de renta baja y renta media-baja.” –como México, añado yo–.

 

Por último, cito lo dicho por la directora ejecutiva de Oxfam México, Alexandra Hass, refiriéndose a nuestro país: “La pandemia ha evidenciado la urgente necesidad de cambiar la forma en que vivimos. Sólo la cooperación y la colaboración nos podrán rescatar de sus efectos. Si se utilizara la riqueza acumulada durante la pandemia de las 12 personas más ricas de México, se podría cubrir dos veces el gasto programado del IMSS durante el 2021 en servicios de salud y alcanzaría para comprar las dosis suficientes para vacunar a toda la población.”

Indudablemente, tiene toda la razón la directora ejecutiva de Oxfam México, pero la cuestión radica en cómo, es decir, por cuáles medios o caminos, se puede lograr el cambio que ella propone, un problema nada sencillo, desde luego.

 

Sobre esta cuestión, Deutsche Welle dice que Oxfam hace suyas las proposiciones de los economistas Thomas Piketty y Gabriel Zachman, que se pueden resumir como una reforma fiscal progresiva, es decir, que paguen más impuestos los que ganan más. Esta propuesta coincide, básicamente, con uno de los cuatro puntos fundamentales en que los antorchistas hemos tratado de resumir nuestra propuesta para un México más igualitario, equilibrado, estable y justo. Pero 48 años de lucha tratando de lograr avances en este terreno nos han enseñado que tampoco eso se puede conseguir mediante la simple persuasión de los privilegiados para que renuncien voluntariamente a una parte de sus privilegios, es decir, que no está por allí la salida.

 

Marx dijo dos cosas que tienen que ver con la cuestión y que me interesa recordar. La primera: contestando a quienes mostraban datos sobre el progreso de la clase trabajadora en Inglaterra para refutar su tesis sobre el deterioro permanente de su nivel de vida bajo el capitalismo: “Nunca he sostenido el deterioro absoluto del nivel de vida de los trabajadores. Entiendo que, comparado consigo mismo, puede registrar mejoría; lo que considero como absoluto e imparable es el crecimiento de la desigualdad entre obreros y patrones; sostengo que el salario puede aumentar, pero nunca en la misma proporción, y menos en la misma cantidad, en que lo hace la riqueza del capitalista. De ahí nace la concentración de la riqueza social. Esa concentración tampoco es el mal absoluto, tiene su lado positivo: cuanto mayor sea la concentración de la riqueza, cuanto más pequeña será la élite rica y más gigantesca la masa proletaria, más cercano estará el momento de la revolución social, de la expropiación de los expropiadores.” Eso es lo que estamos presenciando hoy. Y la segunda: “Todo avance social verdadero y toda revolución verdadera sólo pueden lograrse con la participación organizada y consciente de los desposeídos. Cualquier otro camino está condenado al fracaso, no pasará de ser una quijotada.”

 

Ha llegado la hora de tomar en serio a Marx, como dijo el historiador británico Eric Hobsbawm. Para lograr una distribución más sensata y justa de la riqueza social, resulta indispensable, como dice Marx, “lanzarse a la dura, difícil e ingrata tarea de concientizar y organizar a las víctimas de la pobreza y la desigualdad”. Sólo eso, sólo la poderosa fuerza que nace de la unión en un único as de las miles y miles de voluntades, inteligencias y energías populares dispersas por toda la superficie del país puede hacer el milagro de convencer a los poderosos para que renuncien a una parte de su riqueza y privilegios en favor de los olvidados.

 

Convoco nuevamente a quienes me hacen el favor de prestarme su atención a realizar esta difícil pero noble tarea con más energía, entrega, abnegación y creatividad. Respecto a si los obscenos niveles actuales de concentración de la riqueza mundial son o no un síntoma de la proximidad de la revolución por una sociedad nueva y superior, dejo la respuesta al desarrollo de los hechos mismos, que nunca se equivocan, por cierto.

 

* Texto de uno de los pronunciamientos

 que realiza el Ing. Aquiles Córdova Morán, los días jueves, vía redes sociales.

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