Conocí a Liz en la gloriosa Facultad de Letras y Comunicación (en la carrera de Letras Hispanoamericanas de la Universidad de Colima), donde vamos a caer las personas que no le tenemos miedo a la vida, porque, enfrentarnos a la vida misma luego de estudiar una carrera como la nuestra es para tener mucho valor, demasiado valor.

Y esto lo digo porque, aunque todos o gran parte de la población dicen que leer es chido, que hay que hacerlo, que leer treinta minutos al día es sano; en realidad nadie lo hace o pocos tienden a hacerlo; ya no digamos en gastar dinero (virtual o real) en comprar o descargar un libro y ponerse a leer. Y ahí nos tienen a los egresados/as de letras sufriendo para vender nuestros libros, si lo sabré yo. Entonces no es fácil enfrentarnos a la vida haciendo cosas que, de entrada, están catalogadas como ocio. Entonces, llego o he llegado a la conclusión, verdadera o no, de que los adultos siempre han tenido la habilidad de engañarnos y, posterior, cuando nosotros crecemos y nos volvemos adultos, tratamos de engañar a los niños/as (repitiendo patrones, claro que sí) y parece una cadena de engaños interminable y para toda la eternidad, amén.

Es importante, entonces, aprender para desaprender y volver a aprender. Deconstruirnos, pues. Porque la vida es de aprendizaje permanente, como la lectura, la lectura es la clave del aprendizaje permanente. Dice Benito Taibo y yo concuerdo totalmente con él, que leer es resistir y no sólo leer, escribir y la labor de escritura se vuelve entonces una tabla de salvación a la que nos aferramos los desesperados, los que parece que no tenemos remedio, los que estamos perdidos y, en la lectura y en la escritura, encontramos esa luz que guía e ilumina nuestros pasos. Y, en Trastórnica, Liz, con mucho valor debo reconocerlo, porque no es fácil hablar de uno, y menos exponerse al tratar un tema de salud mental como ella lo hace, ella, aquí, encontró una forma de, por así decirlo, gritarle al mundo que la volteara a ver, que ahí estaba, está, ha estado y estará. En la escritura, Liz encontró su manera de expresarse y eso yo, Alberto Llanes, lo celebro, lo festejo, lo leo y hasta me veo reflejado en sus propios ojos. Porque a final de cuentas, Liz, More, yo y todos mis alumnos/as, los que he tenido, los que tengo y los que tendré, todos/as, cojeamos de un mismo pie, sentimos una pasión descontrolada por las historias, por leerlas, por escribirlas, por compartirlas, por vibrar con ellas, carajo, por vernos reflejados en ellas y sentirnos identificados y saber que todos/as, unos/as más buena onda, otros/as más mamones, todos/as, estamos hechos de la misma esencia, eso se llama otredad y todo esto lo escribí mientras de fondo sonaban tres canciones de un concierto que puse en YouTube de una de mis bandas de rock favoritas, los Smashing Pumpkings, enlisto la lista de canciones porque creo que, desde el título de las mismas, nos están diciendo algo: Bu//et with but/erf/y wings (traducción Bala con las de mariposa), Today (Ahora) y Ug/y (Feo). Creo que todo está conectado y si esta tarde estamos reunidos aquí es por algo, porque apreciamos grandemente a Liz, porque la queremos y queremos que siga escribiendo… y leyendo, actividades ambas, inherentes al ser humano, que van de la mano.

Regresando a esto de la lectura y que no todos lo hacemos o no todos estamos dispuestos a hacerlo (y por eso luego los/as egresados de la Falcom andamos sufriendo y nuestras familias con nosotros porque nos dicen que nos vamos a morir de hambre), al respecto quiero hacer dos aclaraciones o precisiones, la primera y más importante es que hay consumir lo local, si alguno/a llega al maravilloso mundo de los libros, sí, no les digo que no, hay que comprarlos, hay que gastar, hay que invertir en autores/as conocidos, publicados por grandes editoriales, sí, pero también hay que voltear a ver a los locales, a esos que se esfuerzan demasiado en, primero, devanarse los sesos para escribir un libro (tarea no siempre sencilla porque si queremos ser escritores debemos ser grandes lectores y, al leer, nos damos cuenta de que muchas cosas están escritas, sí, pero nosotros le vamos a poner nuestro sello particular y personal, como es el caso de Liz) y luego, en buscar una editorial e invertir dinero en la publicación de su libro, labor nada sencilla.

Yo, ahorita, no recuerdo el nombre de algún autor/a que haya hablado sobre un caso de salud mental (personal) en alguna de sus obras, seguro que lo habrá, pero es un tema importante y ahí, justamente ahí, hay un área de oportunidad muy grande; la segunda precisión que reafirma mi hipótesis de que no todos estamos dispuestos a entrarle con gusto a la lectura es la siguiente, es un caso personal, en términos médicos, digámoslo así, es una experiencia personal, una exposición de motivos, algo que he comprobado personalmente, en vivo y a todo color, a principios de año empecé una aventura con un club de lectura, lo promocioné vía Facebook, tuve gran participación, cree un grupo de WhatsApp donde los incluí a todos/as, cobré, odio hacer estas cosas de cobrar, pero también ya me cansé de vivir y hacer las cosas puritito por amor al arte, en aquél diciembre (principios) que lancé la convocatoria treinta y cinco personas se unieron, me depositaron o me llevaron el dinero a mi lugar de trabajo o a mi casa, yo les regalo el PDF y la idea es, cada mes, leer un libro, reunirnos a final del mismo, ya sea en presencial o meet y charlar sobre lo leído, repito, treinta y cinco personas me pagaron, no puedo quejarme, me fue bien, me hice de un dinero extra y esto lo odio como no tienen idea, no de hacerme de un dinero extra, sino de cobrar por esto que yo siento como una pasión, antier tuvimos nuestra reunión del fin de mes y, conectados, solamente estuvieron seis personas de esas treinta y cinco que arrancamos la aventura en enero, ya desde marzo la tendencia de mi grupo iba a la baja y eso que me pagaron… así las cosas con el tema de la lectura.

Charlaba con Liz, a quién le agradezco profundamente esta invitación y que haya pensado en mí para estar tarde-noche comentando este libro de su autoría, pero charlaba con ella sobre si llamarle libro o no a su colección de sombras y a ese apartado donde Lizzie, digamos así y sin espoilear el documento, donde Lizzie regresa a casa. La charla salió por varias razones que no expondré, pero aquí hay un tema que, espero yo, los expertos ya se hayan puesto a pensar. Si algo he aprendido en mis horas de estar sentado editando documentos, desde mis inicios en el periodismo donde la actividad editorial es casi casi exprés, hasta tomarme el tiempo de editar un libro de inicio a fin en mis días de trabajador en la Dirección General de Publicaciones de la Universidad de Colima, es que para llamarle libro a un libro deben conjuntarse dos cosas, que sea hecho en papel y que sobrepase las 50 cuartillas y esta colección de poemas no tiene uno, ni lo otro y no quiere decir que esto esté mal o que sea menos que un libro impreso no, pero si vamos a la definición de libro, libro es: 1. Un conjunto de hojas de papel, pergamino, vitela, etcétera, manuscritas o impresas, unidas por uno de sus lados y normalmente encuadernadas, formando un solo volumen. «Libro de poesía». 2. Conjunto de hojas unidas formando un volumen que se rellena con distintos datos para llevar un registro; suele tener una parte impresa con blancos para ser rellenados con los datos. Vienen varias palabras clave: impreso, hojas de papel, etcétera. En 2020 publiqué un libro (ahora sé que no debo llamarlo así) digital de minificciones. La verdad es que lo virtual nos está ganando y, por ecología, está bien tener manuscritos o documentos digitales, ya Liz nos dirá dónde, cómo y en cuánto se puede adquirir este su primer manuscrito poético.

Yo prefiero llamarle poemario o plaquette, en francés, aunque plaquette también nos habla de una publicación, impresa, por eso digo que espero que los especialistas ya se hayan puesto a pensar en esto y en cómo llamarles a estas ediciones que nace totalmente digitales. Aquí, como ya he más o menos dicho, Liz nos habla de un tema fuerte pero que es una realidad, que existe y que se hace más latente en nuestros jóvenes y no tan jóvenes, creo que la pandemia detonó para que estos casos se aceleraran y se hicieran exponenciales, pero también sirve para que sean un parteaguas y no se queden ahí, sino que se traten, se diagnostiquen y, en su caso, se mediquen. Trastórnica es un paseo por sombras, donde de pronto, como sociedad, metemos a las personas que no son iguales a nosotros y que, dicho sea de paso, externan sus problemas, pienso, por ejemplo en un personaje ilustre de la literatura: Jean-Baptiste Grenouille, un tipo con un poder, un don maravilloso, crear esencias sin necesidad de utilizar fórmulas químicas, el poder de su nariz era tan grande que podía replicar, con sólo olerla, una esencia de alguno de los perfumistas más famosos de la época, claro, hablo de la novela El perfume de Patrick Süskind. Grenouille vivió echado a un lado, orillado por la misma sociedad a ocultarse en sombras, a vivir ahí, trémulo, con miedo, señalado, hasta que, como una pequeña válvula de escape, salió su lado animal y ya sabemos en qué termina la historia.

Trastórnica es un canto, es un grito, una alusión a un caso de salud mental, de cuidados, de tratamiento (y sus efectos secundarios que sí los hay, de estar bajo los efectos de píldoras, somníferos u otras sustancias) para poder continuar con el trajín del día a día, para enfrentarlo, hacer de un nuevo día, un gozo o, simplemente, tener un objetivo para, a diario, levantarse de la cama. Es también una alabanza y una manera de decirle al lector que la vida es bella como aquella película de Roberto Beningni, o que, como dice La Lupita, aquél viejo grupo de rock mexicano: Qué bonito es casi todo. Creo que con las redes sociales vivimos contaminados, llenos de odio por todos lados de gente desconocida que, a veces, ocultándose tras una pantalla, en su anonimato, tira mala vibra y al abrir el face podemos estar en contacto con esto y ser nuestro desayuno, nuestra primera energía del día, porque sí, somos energía, estoy seguro de ello, y ese hate u odio nos va a contaminar y nuestro día se va a tornar triste; no me gusta relacionar lo triste con lo nublado, porque a mí me encantan los días nublados y, desgraciadamente, Colima nos regala muy pocos.

En esta colección de poemas vamos a encontrar un himno, una porra para salir adelante, enfrentarnos a la vida, a nuestros problemas y saber que del otro lado hay alguien con un corazón latiendo, latente y que puede salir de hoyo donde nos hemos o nos han metido. Buena vibra y larga y productiva carrera para nuestra autora, hermana Cedart, hermana Falcom y, ahora también, hermana literaria… Gracias.

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