El pasado viernes 25 de noviembre, en lo que fue el cierre de los quince años de lo que conocemos como Zanate, se llevó a cabo un concierto que la banda rockera colimense estaba esperando desde hace mucho tiempo, el regreso del Cerillazo, aquella banda de rock de finales de los ochenta, principios de los noventa, que pusieron a Colima en la escena rock de aquellos años.

Voy a dar una fuerte declaración, pero ni modo, yo no fui, nunca, fan del Cerillazo, sí, los oía, sabía quiénes eran, pero no frecuentaba sus conciertos, la banda colimense que yo seguía en aquellos años era Aguda Atadura, que luego dieron paso a Delasónica (creo que tuvieron varios nombres que ahora no recuerdo), pero yo era del team: Mario Durán, mi carnal Jorge Rodríguez y Alan Esparza, cuando eran nada más ellos tres, vaya que rockeamos duro, pisteamos más y nos metimos muchas pastas, aceites y ácidos de los meros Gutiérrez cotorreando por todo Colima y las plazas comerciales de moda.

Sin embargo, El Cerillazo sí me gustaba y, repito, sabían quiénes eran, los cotorreaba y, posterior, los conocí más de cerca. Puedo decir que con el de la lira del Cerillazo, Sergio Tapiro Velasco la relación fue desde cuando mi carnal, David Chávez, lo frecuentaba en su casa allá por la calle Corregidora, mítica casa de fiestas, fiestas, alcohol, alcohol más rock and roll y varias hembras (emulando a la banda de rock La Cuca que era pionera del rock duro en aquellos años), mi carnal Chávez se hizo muy carnal del Tapiro y de ahí nació una pulga hermandad con el resto de la banda de la Falcom, mítica Falcom por decir lo menos.

Mi siguiente encuentro fue con Lalo Urzúa con quien coincidí en varios #MomentosUdeC, en las cabinas de radios universitaria, en los pasillos de la misma y mítica Falcom, en eventos y reuniones y hasta en fiestas y posadas, el gran bajo del Cerillazo estaba presente junto con un servil servidor; luego, la vida me llevó a apoyarme en la Secretaría de Cultura (cuando existía) y uno de los que me acompañó en el proceso de integrarme con proyectos literarios, que les dio el visto bueno y que me entrevistó en varias ocasiones fue el carnal Rodrigo Ramírez, el bataco del Cepillazo, digo, del Cerillazo. Varias veces nos vimos cuando era director de cultura allá los tiempos de…

Posteriormente, aunque quizá mi cercanía con mi querida Wendy Hernández me llevó a conocer más de cerca al gritador del grupo, Arturo Hernández, Marurus, como le dicen en el bajo mundo de La Banda Trovera. Aquellos #MiércolesDeRon que instauramos mi querido amigo y contlapache Jaime F. Velasco, me hicieron conocer más de cerca y cotorrear como se debe con Arturo. Mencioné a Wendy, porque a ella la conochíhache yach much tiempoch, mijitoch, cuando íbamos a hacer pizzas (y algo más) a casa de Vanessa para, posteriormente, ir a visitar al maestro Miguel Angel Cuervo; por supuesto que, desde esos ayeres, hablo de 1997 poco más poco menos (disculpen, pero las drogas y el alcohol me han carcomido parte del cerebro, de las neuronas), sabía de la existencia de los Hernández; René, Rabí y, por supuesto Arturo (que son a los que conozco). Así que, desde hace tiempo tuve contacto de alguna u otra manera con El Cerillazo.

La noche del paso 25 de noviembre, amén de que andábamos chavorruqueando duro, de que quizá tiramos dos o tres polillas (unos más otros menos), El Cerillazo nos reunió para un concierto que, simplemente, no me podía perder; luego de una pandemia, de un sismo, aquél encuentro en la hacienda del Carmen, me retornó en el tiempo 20 años, 20 años que se dicen rápido pero han pasado, sí, rápido; me regresó en el tiempo donde nada importaba, sólo estudiar, leer, fumar, follar, beber, leer, escribir, volver a leer para volver a escribir, borrar, follar, beber, fumar, fumar de nuevo, fumar otra vez y fornicar, sudar fornicando, oír rock, ir a los conciertos, volver a leer, intoxicarme de literatura de la onda y de la que fuera y volver a follar para leer, para beber, para escribir y borrar y follar.

El tiempo no pasa en vano, aquel concierto además de retornarme en el tiempo me hizo conocer, reconocer, volver a ver, encontrar, reencontrarme con amigos de aquella época, de una época más reciente y de la actualidad. Puedo decir que, el momento épico del concierto, fue cuando me topé de nuevo con mi querido carnal Huitznáhuatl Valdivia, me vio en el concierto, me reconoció, lo reconocí (les digo que los años no pasan en vano) y, lo primero que me dijo fue, además de darle de gusto de verme (como me dio gusto a mí verlo): «Pinche Llanes, te acuerdas cuando fuiste al Cedart en falda escocesa, cabrón, desde ese momento te amé y además ibas sin calzones, como debe ser»; mi mujer volteó a verme, se dio cuenta que desde siempre he sido un pinche desmadre/padre, lo comprobó en carne viva y propia y en vivo a todo color y en donde tenía que ser, en el concierto de una de las bandas de rock más importantes de la escena rockera de Colima, El Cerillazo.

Claro que me acuerdo del momento con mi falda escocesa en el Cedart y claro que me acuerdo de otras fechorías, como cuando amanecí en una casa desconocida, con una chica a mi lado que en mi vida había visto y una zapatilla por almohada, así de grueso este reencuentro con las anécdotas que ya nos hacía falta vivir y escribir.

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