Trataré de tocar este tema con delicadeza, sin herir susceptibilidades de ninguna persona, institución o dependencia que se pudiera sentir aludida. Tampoco es un reclamo ni nada por el estilo. Es un texto de salvación para no volverme loco; más de lo que ya estoy.
Hace unas semanas dejé, por salud tanto física como mental la coordinación de la carrera que estaba a mi cargo «no diré cuál carrera, ni de qué facultad, ni en qué universidad, porque quienes me conocen saben para quién trabajo desde hace casi veinte años». No bien dejé esa coordinación y me empecé a sentir con, digamos, menos responsabilidades, me dieron la fatídica noticia: «Maestro Llanes, tiene que entrar al sistema del checador». Así que fui a poner mi carota y mis huellas y empezó esta bonita -terrible travesía por el mundo godín al que pertenezco.
Pensé que, antes de ponerme checador podría ir a charlar con las autoridades que tuvieron la brillante idea de instaurarlo «sé perfecto que por unos pagamos todos o, lo que es mejor o peor, ya ni sé, justos por pecadores» y me dijeron que nel, que no, que lo tenía que hacer sí o sí, porque me empezarían a descontar. Así de tajantes.
Mi, si le podemos llamar así, excusa iba a ser ir a la oficina de Recursos Humanos «lean, por favor, la novela de Antonio Ortuño del mismo nombre para que sepan qué patada en los bajos instintos y hasta en los altos, puede llegar a ser dirigir una dependencias de estas, en cualquier institución, amén».
Bien, decía que mi excusa sería decir que, por enfermedad, no me programaran el checador por este semestre, que me dieran chance y, para el siguiente, quizá ya sin citas médicas de por medio, entrarle, pero fui bateado como el que más y no me gusta hacer engrudo de algo que puede ser muy líquido. Fui a poner mi carota y mi dedote ¿algo más que quieran que pongan? ¿el trasero acaso?
Lejos de sentirme mejor, el checador ha aumentado mis niveles de estrés. Veo, con tristeza y emoción «sentimientos encontrados, sí», que año con año y semestre con semestre, somos bien permisivos con el estudiantado… ¿y con los compañeros/as trabajadores cuándo?
Al estudiantado les estamos permitiendo casi casi de todo «aunque digan que no sea cierto o ellos/as tengan otros datos», pero qué pasa con quienes trabajamos día a día, a ellos/as hay que ponerles la bota en el cuello, así lo siento y así lo creo y el checador viene a ser la gota que derrama el vaso. Y año con el año el patrón, la federación o quién sea, nos complica más las cosas.
Si yo soy un tipo flojo, con checador o no lo voy a seguir siendo. Me van a obligar a llegar temprano nada más y salir a mi hora y listo, pero seguiré perdiendo el tiempo o no haciendo nada, sentado cómodamente en mi oficina con aire acondicionado. Desde que tengo checador se me ha olvidado un par de veces hacer el registro «ahorita fue una de esas olvidadas, porque vengo justo de checar mi salida de clases tarde, porque debía hacerlo a las 11, y lo hice 1 1.32, en fin».
Creo que, por las funciones de una persona en su lugar de trabajo sí es válido checar, pero para otras no; ahora bien, si yo doy clases «en el mismo lugar al que estoy adscrito y en la misma universidad para la cual trabajo», se me hace un absurdo tener que checar, cada día, cuatro veces porque tengo que reponer «administrativamente hablando, la hora o las horas que salí de mi cubículo a dar clases; o sea, que me la puedo pasar en mi espacio sin hacer nada y sólo checar dos veces en un día, tentadora la oferta. Checar cuatro veces se me hace grosero y hasta un exceso».
Explicaré un poco mi caso y aquí se responderá solita la pregunta si hecho la fiaca o no. Doy clases prácticamente todos los días, tengo diez horas a la semana frente a grupo, que es el tope de horas que puedo dar, según mi contratación de ser un pinchurriento profesor por horas; no soy PTC, no tengo el rango de 40 horas, nada, soy el escalafón más bajo, el soldado raso en términos militares.
Lunes y viernes tengo dos horas frente a grupo y checo de esta manera; el lunes: de ocho a diez «a las diez vuelvo a ir a checar para ir a dar clases, salgo a las doce y vuelvo a checar para regresar a mi trabajo administrativo, «como si dar clases no fuera ya un trabajo administrativo, al momento de pedirme un programa, subirlo a una plataforma oficial, impartir una clase, también pedirme usar una plataforma oficial para que los chicos/as suban sus trabajos, esto se vuelve administrativo, pero en fin», y vuelvo a checar a las seis de la tarde para reponer esas horas frente a grupo»; el viernes checo así: «entro a las ocho y voy y pongo mi carota, regreso a checar a las nueve porque doy clases, salgo de clases a las once y voy y vuelvo a checar, para checar, nuevamente, mi salida a las seis de la tarde»; el martes y el jueves es peor, doy tres horas frente a grupo cada día, o sea, seis, mis idas a checar se dividen así «entro a las ocho y checo, salgo a dar clases a las diez y checo, salgo a la una y checo para salir y volver a checar a las siete de la noche, sí, a las siete de la noche», la hora en que aparece la niña y nos empiezan a asustar y bueno, el jueves, bendito jueves, es el único día que checo, digamos, de manera normal de ocho a cuatro de la tarde, pero resulta que es el día que tengo mi taller literario «que, dicho sea de paso, no me pagan, en donde sólo me queda el orgullo de ver el trabajo literario de los chicos y chicas que asisten» y el taller se lleva a cabo de cuatro a seis de la tarde, o sea, soy un obrero de la educación, en pocas palabras.
Díganme ustedes ahora, ¿a qué hora me da tiempo de echar un poco de flojera en mi trabajo, si a veces ni para desayunar o comer me queda un poco de espacio o, de plano, lo hago en mi propia oficina? A todo esto, deben de saber que ya no soy coordinador de la carrera, pero tengo una comisión importante que abarca varias carreras más. Toing. Y, no conforme a esto, tengo que ir a firmar, entrada, salida y clases, ¿es en serio?
Y eso que, según mis doctores «porque consulto a varios, mi médico familiar, mi doctora de similares, mi nutrióloga y la de mis terapias psicológicas (que, por cierto estas citas médicas, si no son del IMSS no me las valen y el IMSS me da citas cada que san Juan para el dedo y a san Juan se le ocurre parar el dedo cada venida del papa a Colima). Decía que estas citas médicas como son por fuera del IMSS NO me las hacen válidas. Lo dicho, soy o estoy peor que soldado raso». Todos mis médicos me han dicho que no tengo que malpasarme para no volver con mi asunto de los triglicéridos altos, como ya me pasó, en fin. Yo sé que no soy el único enfermo en mi lugar de trabajo, pero esto de checar en lugar de mejorar nuestras condiciones labores las empeora, se siente uno vigilado, hostigado, casi casi quiero poner mi demanda digital, pero… ¿a quién voy a denunciar?
El viernes pasado, sin ir más lejos, llevé a mi pequeño a una actividad «que organizó la institución a la que estoy adscrito desde hace casi veinte años» que empezaba a las nueve, él y yo estuvimos desde las ocho de la mañana acá, desayunamos en mi oficina, lo que alcancé a traer de casa mientras resolvía unos pendientes de trabajo, pendientes que llegan casi casi desde las seis de la mañana; y ahí vamos, lo dejé a las nueve en su evento dentro de la misma institución y vengo de regreso, padre luchón, orgulloso y tras, a medio camino me acordé que tenía que checar para llegar a dar mi clase, desde allá arriba, donde estaba entregando al pequeño, a paso veloz bajé a todo lo que daba para que no se me hiciera más tarde de lo que ya era, eran nueve y cinco, en lo que dejé al chamaco, entró, saludé a alguien, blablablá. Corriendito, fui a checar hasta donde me corresponde, porque esa es la otra, no puedo checar en cualquier checador «ya me harté hasta de la palabrita misma» y, súper corriendo, con el corazón por salírseme y dando tumbos y tras tumbos llegué, nueve y diez. Pregunto yo, ¿esto es mejorar las condiciones de trabajo de uno? ¿dónde está mi sindicato que debería estar peleando porque esto no pase? Tengo rango de llegar quince minutos después, pero la verdad a mí eso no me gusta o siento que lo ven feo, esto es hostigamiento, no quiero decir terrorismo laboral, pero, neta, así me siento y no soy la única voz.
Yo creí que trabajaba en el sector educativo, en el área de humanidades y no en una fábrica y a destajo, haciendo producción sin ton ni son, pensé que trabajaba en un lugar donde se pueden y se deben debatir las ideas y llegar a conclusiones óptimas, ojalá concluyan que esto no tiene sentido, aunque, repito, entiendo que por unos pagamos todos.
No quiero generar ámpula ni mucho menos, he entrado a la rienda del grillete del checador. Sin embargo, esto que escribo lo tenía que decir para que no se me atorara en el pecho, para que no se me ahogara/quedara en el fondo de las entrañas. Si lesioné de pasada a alguien, lo siento, no fue ni es mi intención, lesiones peores, lancetazos peores, como los del checador he recibido yo y poco o mucho me he quejado y aquí estoy, aguantando. Sólo es una pequeña reflexión, bueno, ni tan pequeña porque ya se extendió. Sólo soy un alguien más que sigue órdenes de alguien más que sigue órdenes de alguien más y si la orden es checador, qué se le puede hacer… La maldita federación con sus ideas retrógradas, antediluvianas y, dizque según, de cuartas transformaciones o transformaciones de cuarta.
Ahora bien, si todos vamos a traer el maldito/bendito checador, desde arriba hasta abajo, le entro, de otra manera, creo que no tiene ningún caso, ninguno, porque repito, las funciones que cada quién hace son muy diferentes. Acaso el presidente, los gobernadores o los altos jefes ¿tienen checador? En fin.