Por Luis Enrique López Carreón
Dirigente del Movimiento Antorchista en Colima
Se sabe que la Organización Internacional del Trabajo (OIT), decidió en 2002 conmemorar en gran parte del mundo, el 12 de junio como Día Mundial contra el Trabajo Infantil, “con la finalidad de generar conciencia sobre la magnitud del fenómeno y sumar esfuerzos para erradicarlo” (cndh.org.mx). Y por lo que pudimos ver y escuchar, México no fue la excepción.
En cuanto a la supuesta intención de, “generar conciencia sobre la magnitud del fenómeno”, no hay duda, creo que hay sobrada razón. En el mismo portal que refiero, se dice que, conforme a datos oficiales, se estima que en el mundo hay 152 millones de niños en situación de trabajo infantil: de ellos, 72 millones realizan labores peligrosas. Además, su riesgo actual es mayor porque enfrentan circunstancias más difíciles, y porque trabajan más horas al día. En cuanto a los datos nacionales, la situación no es mejor. El Módulo de Trabajo Infantil 2017 del INEGI, señala que a nivel nacional 3.2 millones de niñas, niños y adolescentes de 5 a 17 años realizaron trabajo infantil: 58.2% refiere a ocupación no permitida, y 36.6% a quehaceres domésticos no adecuados. El número de personas en ocupación por debajo de la edad mínima para trabajar era de 802,890 personas (38.7%), y 1,267,543 (61.3%) se dedicaban a actividades peligrosas.
Pero en aquello de, generar conciencia para, “sumar esfuerzos para erradicarlo”, sinceramente yo lo dudo mucho. Soy del linaje aquel que sostienen, que la explotación laboral a que somete, una parte pequeña de la humanidad contra la inmensa mayoría de la misma, no es un problema moral o de voluntades mutuas; la imposibilidad histórica y objetiva de lo que se llamó socialismo utópico, ya lo demostró; la explotación laboral tal como la conocemos hoy, es, por todo lo contrario, la motivación principal, y una condición fundamental del modelo de producción capitalista, también llamado de libre mercado o neoliberalismo. Decir entonces, que se quiere erradicar la forma de explotación laboral infantil, llamada generalmente Trabajo Infantil, sin proponerse cambiar el modelo económico de producción, es un puro discurso huero, hecho para una conmemoración que no conmemora nada.
En 1845, Federico Engel, uno de los padres del proletariado mundial y del socialismo científico, dio al mundo una obra casi única en su tipo, cuyo puro título era ya para entonces, ese sí, un llamado a la conciencia social de la clase trabajadora del mundo, porque a esta clase social fue, sobre todo, dirigido todo el esfuerzo intelectual de este gran humanista. “La situación de la clase obrera en Inglaterra”, llamó Engels a su obra; y en ella expuso con sumo detalle, todo el inhumano sufrimiento padecido por los hombres, mujeres y niños, verdaderos creadores y generadores de toda la riqueza de la nación más poderosa del mundo, cuna de la Revolución Industrial.
“Durante veintiún meses, he tenido la ocasión de ir conociendo al proletariado inglés, he visto de cerca sus esfuerzos, sus penas y sus alegrías, lo he tratado personalmente, a la vez que he completado estas observaciones utilizando las fuentes autorizadas indispensables. Lo que he visto, oído y leído lo he utilizado en la presente obra. Espero.” Así dijo el autor en el prólogo a su trabajo; y lo dejó a la posteridad.
Hoy, buscando algo qué decir sobre mi opinión del Trabajo Infantil, me topé de pronto con una nota publicada por la BBC News Mundo del 27 de mayo pasado, donde, ¡Insólito!, luego de 178 años, resulta que aparecieron casi de la nada, los primeros testigos que vienen a denunciar y decirnos ahora, con gran detalle, cuanta verdad dijo Engels en su obra, al referirse a la inhumana explotación a la que fue sometida la clase trabajadora de entonces, sobre todo de sus hijos, por el capitalismo naciente en Inglaterra.
Pero el testimonio de nuestros testigos no fue tomada por autoridad judicial competente alguna, nada de eso, sino por Rebecca Gowland, una profesora de Bioarquelogía (estudio de restos biológicos) de la Universidad de Durham, del norte de Inglaterra. Y los testigos denunciantes son niños. Sí, ¡niños! Son 150 niños asesinados por explotación laboral extrema como “aprendices paupérrimos”, en el pueblo de Fewstone, en el condado deYorkshire del Norte, Inglaterra, lugar de asentamiento en el pasado, de fábricas llamadas “molinos de algodón” o hilanderías, donde se producían hilos o telas a partir del algodón. Y los niños muertos vienen a denunciar a su asesino: el modelo capitalista.
Sucede que al realizar excavaciones en el lugar referido para construir un centro histórico, se toparon con el hallazgo de 150 esqueletos. Cuando los científicos examinaron los restos, constataron que la mayoría eran niños y adolescentes, y que tenían señales de numerosas enfermedades. Luego, junto a historiadores, los investigadores lograron armar el rompecabezas del infierno en que vivieron día a día los niños aprendices.
La BBC tituló a su nota como: “El hallazgo que revela el brutal tratamiento a niños trabajadores en la Revolución Industrial”; y, conforme a los estudios científicos realizados, la afirmación es correcta. La nota concluye: “Los esqueletos de los aprendices delatan las brutales condiciones en las fábricas. Los huesos de los menores estaban deformados, eran cortos en comparación con otros niños de esa época, y mostraban señales de deficiencias de vitaminas y enfermedades respiratorias. «Vimos muchos defectos en sus dientes, tanto en los dientes permanentes como en los dientes de leche, lo que demuestra la mala salud de los niños durante sus primeros años de vida, incluso durante el desarrollo intrauterino», indicó Gowland. Pero también había evidencia de raquitismo y otras enfermedades causadas por deficiencias como el escorbuto.
En 1845, el auge industrial se basó en el trabajo mal remunerado de mujeres y niños, lo que permitió a las fábricas británicas ser competitivas en un mercado cada vez más globalizado. “El 43% de los trabajadores en fábricas textiles de algodón eran menores de 18 años, pero en muchas fábricas esta cifra era sustancialmente mayor. Algunos niños iniciaban su trabajo de aprendices desde los 7 años», señaló Gowland; aunque la mayoría llegaba a las fábricas entre los 10 y 13 años. “Allí permanecían vinculados a su lugar de empleo hasta los 21 años, en el caso de los varones, o matrimonio, en el caso de las niñas. La jornada laboral era de 14 horas, de 6 de la mañana a 8 de la noche cinco días a la semana, y 11 horas los sábados».
No nos engañemos ni nos dejemos engañar. El testimonio de explotación y muerte que inesperadamente nos trajeron estas criaturas inocentes con sus despojos, no deja lugar a dudas: hoy como antes, peligra la humanidad bajo el capitalismo. Trabajemos ya para erradicar este mal social del planeta; estamos a tiempo.