Por Luis Enrique López Carreón
Dirigente del Movimiento Antorchista en Colima

Israel y Palestina comprenden algunos territorios considerados como “Tierra Santa” por las tres religiones monoteístas (cristianos, musulmanes y judíos). Esta mezcla de religiones y culturas, pero, sobre todo, los intereses económicos que estos territorios han despertado para el capitalismo mundial, han hecho de este lugar un sitio de conflictos, donde conquistadores y conquistados se han alternado a lo largo de la historia.

Para el cristianismo, se trata del lugar donde Jesús nació, predicó, hizo milagros y murió, por lo que es habitual encontrar cientos de peregrinos por sus calles. Los judíos lo consideran su epicentro espiritual por El Muro de las Lamentaciones, los últimos restos del templo construido por Herodes sobre las ruinas del Templo de Salomón. Y para el Islam, esta es una de las tres ciudades más importantes de su religión junto a La Meca y Medina. De hecho, algunas ciudades como la de Belén, rodeada por un muro construido por los israelíes, alberga una población de mayoría musulmana.

El muro de Belén ha usurpado los suministros de agua, incluyendo el mayor acuífero de Cisjordania, y ha destruido una gran cantidad de tierras de cultivo palestinas, por lo que actualmente hay 78 pueblos palestinos aislados. Este muro de hormigón está presente en Belén, Ramallah, Qalqilya, Tulkarem y todo el cinturón de Jerusalén. El agua es uno de los factores que más inciden en la vida del Oriente Medio y uno de los objetivos más importantes del pueblo israelí, puesto que es vital para desarrollar la agricultura, la industria y la vida. Estos son los tres elementos que permiten la emigración judía de todo el mundo, y por tanto, la existencia de su Estado.

Pero esto no siempre fue así. Los conflictos se agudizaron y desboradon después de la Segunda Guerra Mundial, instigados primero por Inglaterra (en 1947 el 60 % del petróleo que consumía Gran Bretaña procedía de esta zona), y después por Estados Unidos. Luego de la derrota de los ejércitos de Hitler a manos de la Unión Sovietica, los judíos que se salvaron del holocausto exterminador de los nazis, empezaron a acumularse por cientos de miles en Polonia, y hubo que idear una forma efectiva de deshacerse de ellos, teniendo en cuenta que los países aliados se negaron a recibirlos.

Pero la tragedia de los palestinos ya se veía venir desde la Primera Guerra Mundial. Un mandado de la Sociedad de las Naciones confiado a Gran Bretaña, que en 1917 había acordado en la llamada “declaración Balfour”, crear un hogar nacional para el pueblo judío en Palestina” añadía que no se haría nada que pueda perjudicar los derechos civiles y religiosos de las comunidades no-judías que existen en palestina” (Josep Fontana). Pero ya vemos ahora cómo fue que se cumplió todo esto.

De entonces a la fecha ya ha corrido tanta sangre inocente de palestinos que es difícil no verla desde cualquier parte del mundo.

Desde 1936 los palestinos comenzaron las protestas y revueltas en defensa legítima de su territorio. Pero la decisión del imperialismo europeo y estadounidense ya estaba tomada. En 1947 las Naciones Unidas (ONU) aprobaron la resolución 181, un plan de división de dos Estados, que dejaba a Jerusalén y Belén bajo la tutela de la ONU. Pero era una partición inspirada por los sionistas y apoyada por los Estados Unidos, que fue rechazada por los palestinos, porque dejaba a los judíos, que eran el 33% de la población y poseían tan sólo un 6% de la tierra, un 56% de un territorio en el que vivían 438 mil palestinos, mientras que para los palestinos quedaba un 42% de la tierra incluyendo la menos fértil y se establecía un enclave internacional en Jerusalén compartido por 200 mil palestinos e israelíes a partes iguales (Josep Fontana). Y la batalla continuó.

Ahora, después del 7 de octubre pasado, el mundo conoce ya lo más reciente del conflicto: bombardeos sobre la población civil en la Franja de Gaza y muertos por montones. Y los resultados no podían ser otros, dado que ya conocemos como acostumbra el capitalismo mundial tratar a los más pobres y desprotegidos del planeta.

El medio internacional electrónico llamado Sputnik, del día 7 de noviembre pasado, nos muestra una imagen clara que refleja el tamaño de la tragedia que estamos presenciando. Tituló su nota así: “Denuncian que la salud mental de los niños en la Franja de Gaza ha llegado al límite”. La denuncia la hizo la organización internacional Save the Childrens, que informó que los niños experimentan una gran cantidad de signos y síntomas de trauma, incluyendo ansiedad, miedo, preocupación por su seguridad y la de sus seres queridos, pesadillas y recuerdos perturbadores, insomnio, represión de emociones y alejamiento de sus seres queridos.

Además, el medio dijo también que, de acuerdo a sus datos, “durante el mes de octubre más de 4,000 niños murieron en la Franja de Gaza, 1,200 se dan por desaparecidos – presuntamente bajo los escombros -, 43 murieron en Cisjordania y 31 en Israel, mientras los medios de comunicación denuncian que unos 30 menores de edad son rehenes”.

No obstante todo esto que causa horror tan solo saberlo, el presidente López Obrador ya se apuró a definir su posición del lado del imperialismo que mata niños. Dijo así el presidente que pregona “primero los pobres”, en la red social X: “Quiero decirlo con mucha claridad: no vamos a romper relaciones con Israel”. He aquí pues, los que se dicen defensores del pueblo.

La guerra, donde quiera que se presente, será siempre una tragedia dolorosa para el pueblo trabajador y sus familias. Urge detenerla. Pero no la van a parar los poderosos hasta que sientan suficientemente llenos los bolsillos de su ambición. La salvación del pueblo sólo podrá ser obra del pueblo mismo. Exijamos que cese la guerra en Palestina. Hoy son ellos, pero mañana podemos ser nosotros.

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