Por Luis Enrique López Carreón  Dirigente del Movimiento Antorchista en Colima

Sé bien que, sobre este tema se dirá y escribirá en abundancia casi excesiva en todos los medios de difusión en los días que corren, con motivo de la conmemoración del “Dia Internacional de la Mujer”; por tanto, no pretendo simplemente sumarme a la comparsa que ya se ha hecho costumbre incluso desde la oficialidad misma. Nada de eso.

 

Si me ocupo del tema hoy, es porque, dígase lo que se diga y cuanto se diga, tomando como base los principios ideológicos impuestos por la clase social y económicamente dominante que hoy sufrimos, creo que nunca será suficiente para exponer la causa primera y fundamental, que originó la desigualdad social que sufren hasta nuestros días las mujeres. Pero, sobre todo, porque, además, por esa vía jamás alcanzaremos el ideal que inmortalizó a la teórica marxista, pacifista, demócrata, luchadora incansable y feminista, llamada Rosa Luxemburgo, quien llamó a trabajar, “por un mundo donde seamos socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres”.  

 

En primer lugar, creo necesario decir que el origen de la desigualdad social que hoy sufre la mujer, hay que buscarlo en el origen mismo del germen social que ha sido considerado célula fundamental de toda la sociedad, es decir, la familia. Sólo que, para ello, es fundamental aceptar que la familia como germen social tuvo un origen que no fue precisamente natural, sino un hecho histórico-social, que, como todo fenómeno en general que aparece, al nacer fatalmente crece, se desarrolla, se reproduce y muere como forma, para dar paso siempre a una forma nueva. Sólo aquello que no tiene origen, no cambiará jamás.

 

Pues bien, opino que, desde el punto de vista histórico, el origen científico de la organización familiar que hoy conocemos, lo podemos apreciar gracias a los razonamientos documentados que expone el filósofo alemán Federico Engel, en su genial obra llamada “El Origen de la familia, la propiedad privada y el Estado”, escrita en mayo de 1884.

 

Apoyándose en los descubrimientos hechos por el antropólogo y etnólogo estadounidense, Lewis H. Morgan, considerado uno de los fundadores de la antropología moderna, tratando de explicar lo que llamó “La familia sindiásmica” durante la época primitiva de la sociedad, Engels escribió lo siguiente: “Una de las ideas más absurdas que nos ha transmitido la época de la ilustración del siglo XVIII, es la opinión de que en el origen de la sociedad la mujer fue la esclava del hombre. Entre todos los salvajes y en todas las tribus que se encuentran en los estadios inferior, medio y, en parte hasta superior de la barbarie, la mujer no sólo es libre, sino que también está muy considerada.” Y en abono a su afirmación, Engels cita la experiencia del misionero Arthur Wright que vivió durante muchos años entre los iroqueses-senecas, en relación a la situación que vivía la mujer en el matrimonio sindiásmico: “[…] Las mujeres constituían una gran fuerza dentro de los clanes (gens), lo mismo que en todas partes. Llegado el caso, [la mujer] no vacilaban en destituir a un jefe y rebajarle a simple guerrero”.

 

Claramente vemos en estos pasajes, que nos encontramos en la época de lo que fue conocido como matriarcado, es decir, la etapa social del derecho materno donde a la mujer, por el sólo hecho de ser mujer, no sólo era libre, sino sumamente considerada.  

 

Más adelante, Engels refiere en su obra que, con la aparición de la domesticación de animales, la cría de ganado y la esclavitud, se dio un súbito incremento de la riqueza material de la sociedad antigua, pero ahora en manos de una primitiva organización familiar, y afirma: “Convertidas todas estas riquezas en propiedad privada de las familias, y aumentadas después rápidamente, asestan un duro golpe a la sociedad fundada en el matrimonio sindiásmico y en la gens basada en el matriarcado.” Aquí, vemos pues dos fenómenos que determinaron el nuevo rumbo de la historia: el fin del matriarcado y de la familia sindiásmica, por un lado, y la consecuente aparición del patriarcado y la familia monogámica, por otro. Y desde luego, como generadora de todo esto, apareció también algo mucho más trascendental: la propiedad privada

 

Sigamos con la obra de Engels. “El derrocamiento del derecho materno fue la gran derrota histórica del sexo femenino en todo el mundo. El hombre empuñó también las riendas de la casa; la mujer se vio degradada, convertida en la servidora, en la esclava de la lujuria del hombre, en un simple instrumento de reproducción. Esta baja condición de la mujer, que se manifiesta sobre todo entre los griegos de los tiempos heroicos, y más aún en los de los tiempos clásicos, ha sido gradualmente retocada, disimulada y, en ciertos sitios, hasta revestida de formas más suaves, pero no, ni mucho menos, abolida.” Pero no nos confundamos, el empoderamiento del hombre en la familia y en la sociedad, es decir, el patriarcado, es hijo legítimo de la propiedad privada, así como todas sus consecuencias.

 

Continuemos: “Los rasgos esenciales [del patriarcado] son la incorporación de los esclavos a la potestad paterna […]. En su origen, la palabra `familia´ no significaba el ideal, mezcla de sentimentalismos y de disensiones domésticas del filisteo de nuestra época; al principio, entre los romanos, ni siquiera se aplica a la pareja conyugal y a sus hijos, sino tan sólo a los esclavos. `Famulus´ quiere decir esclavo doméstico, y familia es el conjunto de los esclavos pertenecientes a un mismo hombre.”

 

Terminemos con las citas: “Esta forma de familia [con el patriarcado] señala el tránsito del matrimonio sindiásmico a la monogamia. Para asegurar la fidelidad de la mujer y, por consiguiente, la paternidad de los hijos, [es decir, para asegurar la propiedad privada después de la muerte], aquella [la mujer] es entregada sin reservas al poder del hombre: cuando éste la mata, no hace más que ejercer su derecho.”

 

Y ahora digo yo, que, no obstante que la historia ya ha cambiado en lo general, y con ella, pareciera que la situación misma de las mujeres, lo que nos dice claramente la realidad cada 8 de marzo, es sin duda que, en pleno siglo XXI, tal como escribiera Federico Engels: “Esta baja condición de la mujer, […] ha sido gradualmente retocada, disimulada y, en ciertos sitios, hasta revestida de formas más suaves, pero no, ni mucho menos, abolida.”

 

Concluyo entonces. Cada acto conmemorativo del “Día Internacional de la Mujer”, no es sino un enérgico recordatorio de que, mientras impere en el mundo la voluntad de los dueños de la propiedad privada sobre los medios de producción y explotación, el anhelo de libertad e igualdad de las mujeres seguirá siempre reclamando justicia. Propiedad privada significa capitalismo; y capitalismo o neoliberalismo, es el modo de producción más explotador de cuantos se hayan conocido en la historia. Luchar para cambiar este modelo aniquilador, es la tarea pendiente. No lo olvidemos.

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