Por Luis Enrique López Carreón
Dirigente del Movimiento Antorchista en Colima

Estamos casi en el cenit del mes patrio, es decir, en la fecha aquella ya muy conocida por todos los mexicanos, incluso por extranjeros, donde se ven cosas verdaderamente curiosas en nuestra patria llevadas a la exageración. Y aunque parezca que peco de irreverente, juro que no cometo exceso.

Es el mes exclusivo para la venta de todo tipo de objetos de recuerdo, adornos y utilitarios con motivo tricolor, es decir, con motivo mexicano; por cierto, me resulta ilógico no poder encontrar esas curiosidades ni en las tiendas especiales para ello en ninguna otra fecha del año. Estamos en el mes, en que los mexicanos se vestirán de mexicanos para convivir con otros mexicanos a consumir platillos mexicanos en una noche mexicana, y a gritar que están orgullosos de ser mexicanos. Y, para culminar la exaltación de paroxismo mexicanista tenemos al final la ceremonia promovida desde todos los gobiernos: el tradicional Grito de los mexicanos.

Y no es que quiera yo aparecer aquí irrespetuoso a las tradiciones oficiales, pasar por un “aguafiesta”, aburrido o antisocial, como suele estigmatizarse ahora a los que se atreven a pecar de exagerada cordura. Nada de eso. Pero estoy muy seguro que, luego de la resaca festiva del 15 o 16 de septiembre, aunque ya sin el distintivo matiz tricolor los mexicanos seguirán vestidos de mexicanos, convivirán en sus hogares, el trabajo o en la calle con otros mexicanos, (incluso convivirán quitándose la vida unos mexicanos a otros); consumirán todos los días, aunque ya no quieran platillos mexicanos; todas sus demás noches, incluida la inseguridad de todas ellas serán muy mexicanas; y estoy muy seguro de que muchos, tal vez millones, incluso lamentarán ser mexicanos por la vida que llevan y anhelarán estar del otro lado del rio.

Estoy muy seguro de que esto que digo es así, porque ser mexicano no depende de una fecha ni festividad, es una condición inmanente de los que nacimos en el país; y sólo dejaremos de ser y vivir como mexicanos cuando abandonemos la patria definitivamente, para renegar de ella por las buenas o por las malas, o cuando finalmente dejemos este mundo de los vivos.

Es cierto que la conmemoración tiene que ver con la fecha de inicio de la Guerra de Independencia mexicana, es decir, la madrugada del 16 de septiembre de 1810, misma guerra que culminó, según gusta decir a los historiadores oficiales, el 28 de septiembre de 1821.

Pero hay abundante documentación conocible que dice que la Independencia no lo promovieron los mexicanos, sino los españoles nacidos en este territorio, es decir, los criollos. Y que quienes consiguieron y se apropiaron de la independencia de la patria no fueron los mexicanos, sino otros españoles; los españoles con bastas propiedades e intereses económicos en México que necesitaban urgentemente independizarse de España para poner a salvo estos mismos intereses de aquí, de la Constitución de Cádiz de 1812 de allá.

Desde entonces la historia conocible hasta ahora ya ha dicho bastante al respecto; nunca, que se sepa con seriedad, hemos sido una nación verdaderamente independiente de las poderosas naciones económicamente dominantes del mundo, nunca, aunque el presidente de ahora diga lo contrario. La verdadera libertad que tiene nuestra nación para hacer uso de su independencia conforme a su interés soberano, es casi la misma libertad de que goza una mosca para volar dentro de un recipiente cerrado.

Entonces, ¿qué independencia es aquella la que celebramos los mexicanos, cada vez que nos juntamos a dar el Grito cada 15 de septiembre? Tal vez celebramos que los ricos españoles en contubernio con los ricos de acá que se apoderaron de nuestra patria, por fin lograron independizarse de los poderes españoles que les impedían hacer de la nuestra su propia nación. Pues los modernos descendientes de esos que se disputaban nuestro territorio, son precisamente los mismos que nos llaman a ahora a dar el grito de independencia al que acudimos cada mes de septiembre por la noche.

Pero hay más que debemos recordar acerca de la conmemoración que referimos, que no debemos olvidar.

Lo que hoy conmemoramos no es más que un eco ya muy distorsionado de lo que fue realmente lo que se llamó “el Grito de Dolores”, que lo componen el discurso y la arenga que uso el cura Hidalgo para llamar a formar el primer ejercito insurgente con el que enfrentaría a los españoles. Hoy, en realidad ya no enfrentamos nada después de cada grito.

En primer lugar, hay que decir, que, conforme a lo dejado escrito por el obispo Manuel Avad y Queipo, por Fray Diego Bringas y Lucas Alamán, las arengas con las que Hidalgo dio el grito en Dolores dicen mucho más de lo que realmente buscaban los primeros insurgentes; cito aquí las dos que pudieran ilustrarnos mejor para entender y juzgar mi idea: ¡Mueran los gachupines! (es decir, los españoles) y ¡Muera el mal gobierno!

Es decir, que para los insurgentes que nos dieron patria con su sangre, era una condición indispensable acabar con los malos gobiernos para tener la verdadera independencia que necesitábamos todos. Ahora, en plenos siglo XXI, ¿podemos decir cada 15 de septiembre que gozamos de verdadera independencia, cuando los malos gobiernos que tenemos se reproducen como chinches cada vez más hambrientas?

En segundo lugar, diremos que quien realmente dió el grito con Hidalgo fue la parte más maltratada y explotada del pueblo a manos de los ricos españoles-mexicanos y su gobierno. Hoy, el grito lo promueve y lo da el mismo gobierno y sus partidarios ataviados con sus mejores galas. La pluma del historiador zacatecano Alfonso Toro nos dejó un excelente retrato del primer ejercito insurgente, para que veamos de quienes se trataba.

Veamos. “Aquel discurso [el Grito] entusiasmó al auditorio, y casi todos los allí congregados se dispusieron a seguir a Hidalgo, formándose así un pequeño ejército como de doscientos hombres, armados con hondas y garrotes, porque aun las lanzas y espadas escaseaban y las armas de fuego eran rarísimas; pues como se recordará, las Leyes de Indias prohibían a los indios y a las castas, el fabricar y usar armas de ninguna especie. ¡Tales fueron los humildes principios de la revolución de independencia!”

Y sigue el autor: “Muchos llevaban a sus mujeres e hijos… quedaban los perezosos bueyes uncidos a la coyunda y abandonados por sus guardianes, en medio de las tierras a medio labrar, las chozas se cerraban porque sus moradores, llevando a cuestas su pequeño haber corrían a unirse al pequeño ejército de los independientes, y así engrosado a cada momento, en medio de nubes de polvo y enardecido los contornos con sus gritos y sus vivas, llegó a las últimas horas de la tarde a Atotonilco”. Hasta aquí lo que nos dejó el historiador zacatecano.

Ojalá que cada 15 de septiembre no sea sólo el grito de esos primeros independientes lo que busquemos repetir a todo pulmón. Ojalá que imitemos también el ejemplo enardecido de su ejercito libertador, y acabemos por fin con todos los modernos gachupines mexicanos de ahora, con todo y sus malos gobiernos de siempre. ¡Viva México!
Colima, Col., a 13 de septiembre de 2024

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