Por Luis Enrique López Carreón
Dirigente del Movimiento Antorchista en Colima
En los días que corren, luego de la toma de protesta del segundo mandato del empresario Donald Trump como presidente de Estados Unidos, prácticamente no hay comentarista, columnista u opinador oficial o aficionado mexicano, que no se refiera a las posibles consecuencias de las órdenes ejecutivas que firmó el nuevo mandatario en su primer día, sobre todo, de aquellas que tienen referencia directa con la situación de nuestro país. Y lo cierto es, que la preocupación no está para menos.
Sólo como una muestra de lo que pudiera venir en los días que siguen, recordemos que, por encima de la atención que mereció al mandatario estadounidense el resto de las naciones del mundo, parece ser que hizo de nuestra patria el objeto principal que motivó las medidas ejecutivas que lanzó a la prensa mundial en días recientes.
Y, aunque el rosario intimidatorio es largo, conviene aquí rescatar para la opinión pública lo que a mi juicio pudiera sintetizar la suerte que nos espera. No es exageración. Apenas jurado el cargo, el empresario convertido en presidente se lanzó con todo contra México: aranceles del 25% en los próximos días a las mercancías mexicanas, de no frenar la migración y el tráfico de fentanilo; ejército en la frontera norte con deportaciones masivas; declaración de emergencia nacional en la frontera eliminando la nacionalidad automática para nacidos en los EE.UU., y regreso del programa “Quédate en México”. Además de designar a los cárteles mexicanos como organizaciones terroristas abriendo así la puerta a posibles acciones militares en nuestro territorio. Y no olvidemos aquello del cambio de nombre al Golfo de México por el de “Golfo de América”, y la afirmación de que México debería ser ya el Estado número 52 de la unión americana.
Hay quienes, desde la oficialidad gubernamental, seguramente que por no tener una explicación seria o una medida suficientemente meditada para todo esto, o por no saber aún ni cómo reaccionar, buscan tranquilizar mediáticamente a sus seguidores manifestado que el mandatario norteamericano no se atreverá a tanto, porque los empresarios del norte necesitan la mano de obra mexicana. Pero las pocas y erráticas medidas que se alcanzan a ver, dicen mucho de las contradicciones y del pánico con que se impulsan. Al país le falta timonel ante la tempestad que libra.
Y la voz de alarma ya está en el ambiente. Pero, de seguir como vamos, nuestra barca nacional difícilmente podrá mantenerse a flote. Por un lado, los gobiernos morenistas llaman a la unidad nacional en torno a las decisiones de la presidenta; pero por el otro, zanjan cuanto pueden esa misma unidad que claman, acusando a todos los que no son ellos, de traidores a la patria por no acatar todo cuanto dice la presidenta sobre el tema.
La presidenta, a todo esto, dijo que con el gigante del norte “habrá coordinación, no sometimiento”. Pero la realidad no se ajusta a sus dichos. La economía mexicana está, querámoslo o no, enchufada al imperialismo norteamericano. Casi desde consumada nuestra independencia, la mayoría de los gobiernos la han hecho dependiente de los capitales extranjeros; y sobre todo de Estados Unidos después de los sucesos de la Revolución Mexicana.
Se sabe que, al día de hoy, más del 80% del comercio internacional de México se destina al mercado estadounidense. Además, las exportaciones de México a los EE. UU. representa alrededor del 30% de nuestro Producto Interno Bruto (PIB), mientras que las exportaciones de la unión americana a nuestro país, le representan a ellos tan sólo el 1.2% de su PIB. La coordinación sólo se puede dar entre iguales.
Hace apenas unos días que Gustavo Petro, el presidente de Colombia, que a diferencia nuestra gobierna en condiciones de mucha menor dependencia económica estadounidense, decidió rechazar el aterrizaje en su país de aviones militares cargados de colombianos deportados, argumentando las inhumanas condiciones del traslado. Pero la represión no se hizo esperar: aranceles del 25% y anulación de las visas de funcionarios del gobierno de ese país. Y pasó lo que tenía que pasar; la resistencia duró sólo unas horas y Petro se rindió: aceptó a sus deportados bajo las condiciones impuestas por Trump.
En México vamos por las mismas. A la deportación masiva del programa “Quédate en México” del presidente Trump, la Dra. Sheinbaum respondió con “México te abraza” y ofreciendo una tarjeta con 2 mil pesos. A la declaración terrorista de los cárteles criminales de acá, la presidenta contestó solicitando al Senado permitir el ingreso al país de diez militares estadounidenses armados, para adiestrar a elementos de la Secretaría de Marina a partir del 17 de febrero. ¿Qué sigue?
Es cierto que México, hoy más que nunca, necesita de la unidad del pueblo trabajador para defender su soberanía. Pero yo creo que necesita, además, también, la unidad de todos los pueblos de Latinoamérica. ¿Está trabajando nuestro gobierno para lograr tamaña hazaña? Es momento entonces, ahora, de llamar a la unidad a todos los agraviados por el imperialismo. Llegó la hora de la verdadera organización popular, incluso fuera de nuestras fronteras.