Por Luis Enrique López Carreón                                                                                                  Dirigente del Movimiento Antorchista en Colima

En la lectura de documentos y libros ante mis compañeros, tarea que cariñosamente nos ha inculcado el maestro, como respetuosamente llamamos a nuestro dirigente, el ingeniero Aquiles Córdova Morán, un amante consecuente de la literatura y el arte como pocos en el país, hubo quién, una ama de casa que, seguramente seducida por lo poco que he sabido explicarles, acerca de la magia emancipadora que encierra toda la verdadera literatura producida por la humanidad, me pidió con sincero entusiasmo que escribiera yo algo sobre el amor a los libros.

El contexto de la petición no era para menos. Se da, precisamente, luego de enterarnos de la terrible mutilación que sufrieron los Libros de Texto Gratuito (LTG) a manos del gobierno federal actual, mismos que recibirán como apoyo nuestros hijos de primaria en el próximo ciclo escolar.

Sinceramente no sé si cumpla yo bien o mal con el cometido que pretendo en este trabajo. De Dostoyevsky leí, que, “La fuerza de la inspiración es siempre más intensa que los medios de expresión. Esto es lo que me pierde.” Y si esto decía ya el genio escritor de la Rusia zarista desde entonces, ya imaginarán ustedes pues lo irremediablemente perdido que debo yo estar. Pero no hay peor lucha que la que no se hace. Atenido entonces a la indulgente y paciente comprensión de mis escasos lectores, paso a cumplir con la tarea.

Comienzo por decir que, conforme al ejemplo de nuestro maestro principal, los Antorchistas somos amantes obstinados del cultivo y promoción de las bellas artes. Buscamos difundir el arte entre la gente más modesta. “Antorcha quiere difundir el arte entre el pueblo, que lo conozca, lo saboree, aprecie y le guste de tal modo que lo haga suyo, logrando así que el arte regrese a su verdadera matriz, a su verdadero creador, que aquí y en el mundo entero es el pueblo. Porque el arte nace del pueblo, es este realmente la madre, la matriz de donde nace, y el artista es un gran plagiario – como dijo alguna vez Juan Ramón Jiménez – porque recoge lo que el pueblo dice, lo que canta, lo que siente, lo que llora, lo que celebra o lo que lo alegra, y con su talento transformador, haciendo uso de las distintas disciplinas artísticas le da forma, produciendo así la obra de arte” (Libro Poesía y Lenguaje, ACM).

Y la literatura, la buena literatura, es una de las más destacadas bellas artes que la humanidad ha sido capaz de producir para todos. Leer es, indudablemente, la mejor forma de aprender de todos los grandes e inigualables genios que la humanidad pasada nos ha dado.

Pero la literatura de los buenos libros es desde hace siglos, para miles de millones de seres humanos, como casi todo lo que nos rodea, una prosaica y costosa mercancía casi inalcanzable. La buena literatura cuesta; y, escoger, entre el mendrugo que sacia, aunque sea sólo un poco el hambre corporal, por un lado, o la literatura que enaltece, emancipa y libera el hambre espiritual, por el otro, es una fatal y terrible disyuntiva que predispone al ser humano para la ignorancia, cuando el trabajo al que lo someten los gobiernos y potentados no le proporciona el sustento indispensable ni para comer.

Cuando yo era niño, entonces habitante de las agrestes regiones candentes del semidesierto del sur coahuilense, mis mayores me enseñaron que comer pescado era malo y peligroso; podía – me dijeron – morir por causa de una espina de pescado atorada y clavada en mi pequeña garganta. Hoy me sonrío cada vez que recuerdo esta mentirita piadosa; pero la comprendo y la perdono, cuando recuerdo cuan costoso era conseguir este tipo de alimento en esa región sin ríos ni litorales. Sin embargo, y a pesar de mis años ya muy maduros, el pescado no es el platillo que más aliente mi predilección.

Perdonando la trivial comparación, considero que una suerte similar ocurre con los buenos libros. Opino que los padres de nuestros padres por generaciones inmemoriales, no inculcaron nunca a sus hijos el amor por los buenos libros, porque para ello, hubiera sido necesario comprar las obras literarias, sacrificando así, dados los menguados y pobres ingresos de su trabajo, la compra de alimentos y otros satisfactores básicos que necesitaban sus familias. Mejor comida en vez de libros. Y la necesidad creada por el sistema de explotación laboral, hizo la costumbre.

Es claro que la pobreza impide la adquisición de buenos libros, y la ausencia de éstos crea las condiciones de la ignorancia casi en general en cuestiones someramente intelectuales. La ignorancia predispone al sometimiento laboral y en general, y el sometimiento predispone a la ignorancia. He aquí el círculo vicioso que urge romper. En la casa de los más pobres, pero también en los no tan pobres, por lo general, tiene su lugar especial (aunque no lo llenemos aún), la sala, la televisión, el sistema de sonido, los celulares, la computadora, el juguetero, la vajilla, la estufa, el refrigerador, la lavadora, las camas, el ropero, la cochera, el patio, alguna herramienta, el perro, el gato y hasta las macetas; pero no hay lugar especial para el librero y los libros, la mesa de estudio y mucho menos para la biblioteca. En los hogares pobres no hay libros porque el ingreso no alcanza para esas cosas.

Y es aquí, precisamente, donde entra la importancia de poner atención a la mutilación que sufrieron con este gobierno los Libros de Texto Gratuitos (LTG) de nuestros hijos. Y hablando sólo del tema que refiero, es decir, de la importancia de la lectura; transcribo a continuación, nuevamente, la opinión de la pedagoga Irma Villapando, doctora en Pedagogía por la UNAM, quien dijo así: “Tomemos el ejemplo del libro de lecturas de tercero de primaria que va de salida. Tiene en su contenido una muy buena y didáctica compilación de grandes plumas, por ejemplo, García Márquez, José Martí, Sor Juna Inés de la Cruz, Leopoldo Lugones, Carlo Collodi, Walt Whitman, Jorge Luis Borges, Mary Shelley, Edgar Alan Poe, Rosario Castellanos, Amado Nervo, Antonio Machado, Xavier Villaurrutia, Oscar Wilde, Cervantes. León Tolstoi, entre otros. En contraste, el nuevo libro de Múltiples Lenguajes, tiene únicamente seis textos literarios de autores contemporáneas pocos conocidos. A estos, le siguen seis lecturas recreativas, y el resto del libro se dedica a 36 textos informativos de temas generales.” Es decir, se acabó también la lectura gratuita para nuestros hijos.

Para nadie que entienda bien el problema, y sufra también la disyuntiva que hay entre, saciar el hambre corporal o la formación espiritual de sus hijos, le queda claro aquí la importancia que tenían los LTG en sus hogares; esto es, casi el único material cultural e intelectual que podían consumir sus hijos, sin sacrificar el gasto destinado a necesidades sumamente más vitales.

Pero ya dije, un pueblo sumido en la ignorancia será casi siempre un pueblo sometido. La Cuarta Transformación no es nada nuevo para los más desprotegidos. Estamos ante una nueva versión más recargada del moderno neoliberalismo. No habrá necesidad fundamental para la vida humana, que no sea privatizada y convertida en mercancía. La premisa parece ser la misma de siempre: el que quiera consumir buena literatura, que la compre. Y si es mucho el amor que siente por los buenos libros, entonces que deje de comer; porque el gobierno está muy ocupado tratando de engordar cada vez más los bolsillos de los grandes capitalistas.

¿Es esto lo que realmente queremos para nuestros hijos y los hijos de sus hijos? Ojalá que no. Vengan pues a Antorcha todos los amantes de la buena lectura, y defendamos los buenos libros como un solo hombre. Hagamos de México un pueblo de lectores, para que las urnas hablen de nuevo y nos den un nuevo rumbo para el país. No lo olvidemos.

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