Por Luis Enrique López Carreón
Dirigente del Movimiento Antorchista en Colima

Hay preguntas cuya respuesta nunca, o casi nunca, tenemos la precaución de indagar. Por ejemplo, hablando en términos netamente sociales, ¿por qué es que pensamos las ideas que pensamos sobre la sociedad?; y, además, las ideas que pensamos, ¿por qué creemos que son siempre verdaderamente correctas? Pero lo más importante: ¿por qué la realidad social en que vivimos, no se comporta como la pensamos y deseamos? Aquí, habrá siempre quien dirá que todo es cuestión de enfoques, y que cada quien piensa y cree lo que quiere creer. Pero, ¿por qué sucede que el común de las personas quiere pensar y creer siempre lo que quiere creer?

Pareciera entonces, que nos encontramos ante un verdadero embrollo insalvable, algo así, como un callejón sin salida, como suele decirse. Pero no es así. Incluso los callejones sin salida tienen una; sólo que la salida suele estar precisamente en la entrada.

Para tratar de aportar un poco en la búsqueda de la salida al hipotético embrollo que planteo, quiero transcribir a continuación algo que nos pudiera servir de guía, como a Teseo el hilo de Ariadna en el mito del Minotauro. Veamos.
¿Por qué pensamos las ideas que pensamos sobre la sociedad? “Las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes en cada época; o, dicho, en otros términos, la clase que ejerce el poder material dominante en la sociedad es, al mismo tiempo, su poder espiritual dominante”; así dijo Carlos Marx al explicar que, en la inmensa mayoría de los casos, el comportamiento de los individuos es gobernado por fuerzas cuya profunda naturaleza desconocen, pero que tiene su explicación, en última instancia en la estructura económica. Y esto es tal como lo dijo Marx, fallecido en 1883. Pero es un hecho fatal que se repite diariamente hasta nuestros días.

Para entenderlo, debemos reconocer que nuestra moderna sociedad capitalista se comporta como un inmenso campo de batalla. De un lado, tenemos a los batallones de la clase trabajadora que diariamente acuden a vender su fuerza de trabajo a cambio de un mísero salario, a ellos se les conoce como la clase socialmente dominada; por el otro lado, tenemos a la clase patronal, dueña de los medios de producción que compra la fuerza de trabajo y paga por ella, ellos son la clase socialmente dominante. Por naturaleza y origen, los intereses de cada clase son diametralmente opuestos. Visto el fenómeno en términos generales, mientras que la clase dominada buscará siempre mayor salario a cambio de la jornada de trabajo que da, dado que de ello depende su sobrevivencia; la clase dominante procurará extraer la mayor cantidad de trabajo posible por la misma jornada y el mismo salario, incluso por menos, pues de ello depende lo que considera su ganancia y riqueza. Y la batalla es inevitable.

Esto que digo lo entiende bien el trabajador en la actualidad, o casi siempre; y sin necesidad de que entienda nada más, se siente explotado, maltratado e inconforme. Pero también lo sabe la clase patronal. Por eso es que la clase dominante ha trabajado desde siglos inoculando ideas en el pensamiento de la clase dominada, para hacerle creer que vive bien y que no existe tal explotación y maltrato; y que, si alguna explotación hay, él mismo es el culpable de su situación y suerte. Y esto, que tiene su base en la estructura netamente económica y productiva del sistema, se hace extensivo a toda la sociedad.

Los individuos de la clase socialmente dominada, sin que lo sepan ni se lo propongan, piensan, viven y defienden las ideas e intereses de la clase dominante, en detrimento, menosprecio y menoscabo de sus propias ideas e intereses.

Así de paradójica es la suerte que viven los que producen toda la riqueza de las naciones.Pero la explotación y la miseria en que vive la clase dominada es una realidad que la hace sufrir, la enferma y la mata; ¿por qué entonces no se revela contra esta situación? Porque la clase dominante le hace creer que es el individuo, el trabajador, el causante de su propia suerte. Le hace creer que es víctima de sus propias decisiones. Pero esto no es así.

Pero para que el común de la gente descubra la causa profunda de sus tragedias, y sobre todo la sentencia ya dicha por Marx, haría falta que aprendiera a razonar con algo más que su sentido común.

El trabajador vive conforme, porque, gracias la realidad y la naturaleza, el ser humano razona lógicamente, y es este razonamiento lógico el que lo lleva a concluir que en verdad él decide cuando hace o deja de hacer tal o cual cosa, sin necesariamente tener conocimientos científicos de por qué puede o no realizarla. El ser humano aprende de lo que ve, oye, huele, prueba y toca; aprende de las experiencias propias y de las de sus semejantes, a esto es a lo que se le llama sentido común, y se conforma con eso porque le basta para vivir, desarrollarse, reproducirse y morir.

Pero el sentido común nos deja en la superficie de los fenómenos, nos muestra solamente el exterior, pero no nos permite conocer la esencia, las leyes profundas que gobiernan a la materia, al pensamiento y a la sociedad misma. La política, la belleza, la literatura, la poesía, o la lógica existen en nuestra sociedad y, sin embargo, nunca nadie las ha visto y nadie nunca las verá porque son conceptos, abstracciones del pensamiento humano que, por lo mismo, no corresponden al sentido común. Los sentidos del hombre no están hechos para ver la moral, la ética, la química, la física o la gravedad; de estas y otras grandes verdades del universo y de la sociedad solamente se entera aquel que se prepara y estudia para ello, aquel que ha sido orientado por la mano del que sabe, aquel que ha aprendido a penetrar en la esencia de la naturaleza, la sociedad, el pensamiento y el universo.

Entonces, ¿cómo llega a conocer el ser humano todo esto, y descubrir, por ejemplo, la esencia que origina su explotación y su miseria a manos de la clase dominante?; mediante un único recurso: su propio pensamiento. Pero este pensamiento deberá ser instruido y cultivado más allá del sentido común. El trabajador también debe ser educado.

Por lo tanto, ¿por qué cree, el mexicano común, que mejorará su suerte con un gobernante promovido por Morena, el PRI, el PAN o cualquier otro partido de los que viven y medran del erario público? Porque esa es la idea que conviene a la clase dominante de nuestro país. Aquí es donde entra, precisamente, la necesidad de educar y organizar al pueblo trabajador para cambiar su suerte. Hagamos la tarea.

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