“Esto es lo rescatable para mí, la forma en que se colaboró y que no se dejó nada de lado. Partimos de una investigación básica, a nivel celular, y pudimos llevarla hasta su desarrollo tecnológico”: Ricardo Navarro.

 

Lo que empezó como una idea en el laboratorio del Dr. Javier Alamilla, de explorar el uso de la capsaicina como un antidepresivo, hace ya casi diez años, se ha convertido en días recientes en la primera patente generada por el Centro Universitario de Investigaciones Biomédicas (CUIB) de la Universidad de Colima, en sus casi 40 años de fundación.

Eso no es todo. Se trata de un proyecto al que, en el transcurso de los años, se le han ido uniendo científicos de otros centros y facultades de la UdeC para lograr no sólo una patente, sino un producto que podría ser explotado comercialmente en los próximos años.

Javier Alamilla, electrofisiólogo yucateco que llegó a la UdeC gracias a las cátedras CONACyT (hoy Investigadores por México), explicó que el antecedente de esta idea inició en 1997, cuando se descubrieron los canales celulares que afecta la capsaicina (una molécula que le da el picor al chile). La información científica decía, además, que los receptores o canales sensibles a la capsaicina estaban por todo el organismo y que había en mayor cantidad en el cerebro, “especialmente en estructuras del sistema límbico, que regulan las emociones”.

La capsaicina se usa normalmente en ungüentos tópicos como analgésico, para aliviar el dolor muscular y articular, sobre todo en casos de artritis, neuropatía periférica o dolores asociados con el herpes zóster. Se ha investigado también por sus posibles efectos en la pérdida de peso, la reducción del apetito y como componente en algunos tratamientos para la pérdida de cabello.

También se sabía en la literatura científica, continuó el Dr. Javier Alamilla, que al activar el receptor de capsaicina se produce un incremento en el fenómeno conocido como Potenciación de Largo Plazo (LTP, por sus siglas en inglés, Long-Term Potentiation), un fenómeno central en la neurociencia que describe la persistencia y el fortalecimiento de las señales sinápticas entre las neuronas. En términos simples, se refiere a la capacidad de las sinapsis (las conexiones entre neuronas) para fortalecerse y mejorar la comunicación entre ellas después de un evento de estimulación.

En estudios animales sometidos a un modelo de depresión, agregó Alamilla, “se ha visto que presentan una depresión sináptica de largo plazo, y la capsaicina revierte eso. Desde un punto de vista experimental esto tiene mucho sentido. Se podría deducir, entonces, que la capsaicina tendría un efecto antidepresivo, y eso fue lo que hicimos, lo que probamos”.

Su hipótesis de partida fue que la capsaicina podría tener un efecto antidepresivo.

Hasta el momento, han publicado dos artículos, el primero en la revista Physiology and behavior, editada en EEUU (en 2018): “La capsaicina produce efectos antidepresivos en la prueba de natación forzada y mejora la respuesta de una dosis subefectiva de amitriptilina en ratas”. Firman la publicación once autores.

El segundo se publicó en la revista Psychopharmacology, editada en Alemania (en 2020): “El efecto sinérgico similar a un antidepresivo de la capsaicina y el citalopram reduce los efectos secundarios del citalopram sobre la ansiedad y la memoria de trabajo en ratas”. Este trabajo lo firman nueve autores.

De este segundo artículo, Javier Alamilla cree que ayudó a que la patente fuera aceptada; “ambos son trabajos que sustentan lo que descubrimos en el laboratorio. Toda la investigación realizada hasta el momento se ha hecho en animales, en ratas Wistar. Esto tiene su ventaja, sobre todo con los antidepresivos, porque a diferencia del ser humano, no hay en ellas un efecto placebo o psicológico. La rata no sabe lo que le está dando ni tiene expectativas y el efecto de la sustancia es más puro”.

La idea comenzó a desarrollarla con una alumna de doctorado, Miriam Edith Reyes Méndez. Después fueron incorporándose varios colegas en la ejecución, la participación y el diseño de los experimentos, en la toma de decisiones, en la escritura de los resultados y en nuevas perspectivas; “al final, la participación es lo que hace que se logre un producto”, compartió Alamilla.

Después llegó la Dra. Hortensia Parra Delgado, directora de la Facultad de Ciencias Químicas. Ella dijo en entrevista que los doctores Javier y Luis Castro Sánchez trabajaron la parte farmacológica, de ver los efectos de las sustancias en modelos animales. Ella les ayudó a definir cómo conseguir los principios activos, ¿los iban a importar o a producir ellos mismos?, ¿cuál debe ser la calidad del ingrediente activo que garantice el efecto que se desea lograr?

“Le dije al Dr. Alamilla que esperara, que su proyecto era patentable”, recordó Parra Delgado; “ahí fue donde comenzamos a pensar qué sucedería si patentamos y, en segundo lugar, analizamos qué sucedería si queremos ir más allá, es decir, si queremos hacer una formulación que pueda ser empleada por un paciente”.

En este punto entró el Dr. Néstor Mendoza Muñoz, especialista en tecnología farmacéutica; “mi papel -aclaró Hortensia- era relacionar la química con la farmacología y los procesos extractivos. El papel del Dr. Néstor fue pensar cómo le vamos a hacer si queremos llevarlo a una formulación que en un momento dado pueda llegar al ser humano”. También exploraron si la capsaicina podía mezclarse con compuestos análogos para potenciar su efecto.

El Dr. Néstor explicó que, una vez determinada la sustancia activa, lo que sigue es saber cómo administrarla, “porque las propiedades de cómo la presentamos de forma farmacéutica impactan directamente en las propiedades biofarmacéuticas, cómo se absorbe y hasta cómo se distribuye y se elimina. Ya tenemos la patente, pero sin la explotación comercial es un poco limitante”.

Lo que sigue en este terreno, dijo el Dr. Néstor, es buscar una empresa farmacéutica interesada en la explotación comercial; “una ventaja que tiene la capsaicina es que no es una molécula nueva, eso aceleraría bastante el proceso. Además, la patente explora la posibilidad de combinación con otras sustancias y eso acelera aún más el desarrollo de un medicamento”.

El Dr. Ricardo Navarro Polanco, otro de los colaboradores, recuerda lo mucho que se esforzaron, desde la publicación del primer artículo, por lograr la patente. Pero entonces la Universidad de Colima no tenía una oficina especializada en el tema. La patente, otorgada por el Instituto Mexicano de la Propiedad Intelectual (IMPI) pertenece a la UdeC.

Lo que Navarro Polanco destaca en este caso “es que cuando se tienen ganas de colaborar y se hace de manera abierta, puede surgir algo como esto. No siempre se logra porque… somos humanos y hay mucho celo a veces. Esto es lo rescatable para mí, la forma en que se colaboró y que no se dejó nada de lado. Partimos de una investigación básica, a nivel celular, y pudimos llevarla hasta su desarrollo tecnológico”.

En el proyecto colaboró también el Dr. Eloy Gerardo Moreno Galindo, facilitando la publicación de los artículos y apoyando los procesos legales y documentales de la patente; “lo más importante fue nunca abandonar el esfuerzo, hasta que terminó en publicaciones y ahora con algo más, una patente que puede ser de gran utilidad”.

Al preguntar si la gente puede lograr efectos antidepresivos al consumir chile, el Dr. Navarro dice que hay un trabajo científico que vincula el consumo del chile con la felicidad de las personas; “el artículo dice que los países con más consumo de chile son los que menos se deprimen. Como México, que no se deprime a pesar de tener tantos problemas durante tantos años, a pesar de la desigualdad y los trabajos mal pagados”.

Para Hortensia Parra, “cuando se hace una formulación, se realizan estudios que garanticen que la dosis necesaria para que se ejerza el efecto deseado se está logrando de manera eficiente, mientras que si nosotros consumimos diferentes tipos de chile, la concentración del compuestos de tipo capsaicina puede variar”.

Incluso, aclara, “puede variar de una estación a otra en los cultivos, por lo tanto, las personas no podrían garantizar que el efecto que desean se presente siempre de la misma manera por consumir una salsa, mientras que si está dosificado, se está garantizando que el efecto sea constante”. Además, al consumir mucho picante podría generarse una gastritis.

El Dr. Javier Alamilla comentó que los antidepresivos comerciales tienen efectos secundarios no deseados; “lo que nos ha mostrado la investigación de la capsaicina, al menos hasta el momento, son dos cosas: una, que las dosis para producir un efecto de tipo antidepresivo son muy bajas, de menos de un miligramo; la segunda, que al combinarla con un fármaco antidepresivo del tipo tricíclico o con un inhibidor de la recaptura de la serotonina se produce un sinergismo”.

El sinergismo se refiere a la interacción entre dos o más elementos, sustancias o agentes que, al trabajar juntos producen un efecto combinado mayor a la suma de los efectos individuales que cada uno tendría por separado. Esto es, la sinergia implica una potenciación o amplificación del efecto cuando dos o más elementos actúan en conjunto.

En este sentido, el Dr. Alamilla compartió que “cuando aplicas una pequeña dosis de capsaicina y una pequeña dosis del antidepresivo, que por sí solas no tienen efecto, combinadas produce un sinergismo. Esto quiere decir que el efecto que produjo la combinación no se explica por la administración de uno o de otro. Cuando descubrimos este resultado nos emocionó mucho, nos motivó a perseguir la patente, porque nuestra idea es disminuir los efectos colaterales”.

También han participado en el Proyecto Capsaicina: Irving Aguilar, Manuel Herrera, Fernando Osuna, Néstor Mendoza, José L. Góngora, Adán Dagnino, Azucena Pérez, Clemente Vázquez y Enrique A. Sánchez, director del CUIB.

Más información en: https://www.researchgate.net/profile/Javier-Alamilla

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