Por Luis Enrique López Carreón Dirigente del Movimiento Antorchista en Colima

Llegó el momento; hay que cambiar el calendario. Y estoy seguro que muchos, tal vez muchísimos más de los que yo quisiera, lo único que su pobre situación económica les permitirá renovar en sus vidas, será sólo eso: el calendario. Pero ni modo, la vida continúa; y con ella, las dificultades que debemos enfrentar. No hay de otra.

 

Cuando este trabajo reciba el favor de la lectura casual, seguramente que aún nos encontremos bajo el influjo inevitable del sentimiento esperanzador que surge, de aquello indeseable que por fortuna ya se acaba, al instante mismo que el anhelo de lo deseable llegará. Por eso es que acostumbramos desear en estos tiempos siempre, que los mejores deseos de todos se cumplan.  

 

He llegado a entender que el humanismo, consiste en garantizarle a todos, absolutamente a todos, una existencia cada vez menos dura, menos cruel, menos desamparada y menos sufriente. Por tanto, yo deseo sin excepción ninguna, un porvenir más humano para todos. Y como nada valioso tengo para dar como eficiente prueba de mi anhelo para consuelo de todos los desamparados, ofrezco entonces, cual mítico bálsamo de Fierabrás, algo mucho más infalible en manos de los pobres, ofrezco sincera y humildemente mi organización: la organización de los pobres de México. Que el porvenir pues, nos encuentre estrecha y firmemente organizados.

 

Ahora, para no desentonar con la época que vivimos, intentaré una breve aportación cultural. Primeramente, dos preguntas cuya respuesta conviene aventurar: ¿por qué celebramos el año nuevo?, y, ¿por qué precisamente el 1 de enero?

 

Comencemos por dejar asentado algo ya casi muy sabido; que lo que realmente celebramos el último día del mes de diciembre de cada año, según nuestro moderno calendario, es la culminación de la órbita de nuestro planeta al rededor del sol, para lo cual ocupó 365.2422 días, viajando a una velocidad promedio de 110,700 kilómetros por hora. Coloquialmente podemos decir, entonces, que, viajando sobre él, junto con nuestro planeta, estamos a pocas horas de llegar al punto de la elipse donde estábamos justamente a las cero horas del día 31 de diciembre de 2022. Esto es para sorprenderse, y, desde luego que también para celebrarse.

 

Por obvio de espacio sería muy complicado decir aquí, cómo, cuándo y dónde fue con precisión, que el primitivo ser humano llegó a tan complicados descubrimientos. Pero, bástenos por ahora decir, que, dado que el movimiento de rotación y traslación de la tierra es el origen mismo de los días, las noches y las estaciones productivas del año, podemos afirmar entonces, que, desde que comenzó a trabajar por su existencia, sin saberlo, el hombre primitivo lo sabía porque lo sufría.

 

Pero, para reconocer plenamente el movimiento de la tierra en derredor del sol, y con ello darle sustento a nuestra celebración de fin de año, fue necesario primero aceptar esta verdad. Se sabe que, entre el primero y el segundo siglo de nuestra era, el astrónomo Ptolomeo Ptolomei (cerca del 100 d. C.-170 d. C.) postuló que la tierra era el centro del universo y que alrededor de ella se movían la luna, los planetas, el sol y las estrellas. Esta idea estuvo vigente hasta principios del siglo XVI, cuando el astrónomo Nicolás Copérnico (1473-1539) descubrió que, en realidad, es el sol el que ocupa el centro del universo y en torno a él giran todos los planetas y las estrellas. Y hasta hoy, junto con los descubrimientos científicos posteriores que le dieron precisión, el descubrimiento de Copérnico es ya universalmente aceptado, y hoy, sin que siquiera lo sepamos, estamos a unas horas de celebrarlo.  

 

Pero, ¿por qué casi en todo el mundo celebramos el inicio del año el 1 de enero? Aquí, es momento de recordar aquello que dijeron los creadores del socialismo científico en La ideología alemana: “Las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes en cada época”

 

Se sabe que el calendario, es decir, el sistema de representación del paso de los días, agrupados en unidades superiores como semanas meses, años, etcétera, no siempre ha existido. Originariamente, en muchas culturas antiguas se utilizaba el calendario lunar para contar el tiempo (se ha hallado en Francia un calendario grabado en piedra de este tipo, que cuenta con unos 15,000 años de antigüedad) Las evidencia históricas más antiguas indican que el primer calendario solar fue creado en el antiguo Egipto, a principios del tercer milenio a. C., y surgió de la necesidad de predecir con exactitud el momento del inicio de la crecida del rio Nilo, que tiene una periodicidad anual, acontecimiento fundamental en una sociedad que vivía de la agricultura. Este calendario tenía un año de 365 días, dividido en tres estaciones, meses de 30 días y períodos de 10 días.  

 

Pero, el precedente más remoto de nuestro moderno calendario gregoriano, fue el primero de la Antigua Roma. El calendario romano constaba de diez meses de veintinueve días cada uno, y el año comenzaba en marzo, con el inicio de la primavera. Más tarde, por influencia griaga, el año pasó a tener doce meses. Este calendario lo gestionaban los pontífices, quienes interpretaban el tiempo a través de las fases de la luna. Su labor influía en la vida de la población, pues determinaba las cosechas, el cobro de los salarios o los ritos religiosos. El año duraba entonces 304 días, lo cual generaba desfases en la vida de la población. Además, se sabe que la gente pagaba a los pontífices para que acomodasen los meses a sus necesidades, por lo que las estaciones se descuadraron aún más.

Para corregirlo, Julio César estableció un nuevo calendario en el año 46 a. C.: el calendario Juliano. En este, los años eran de 365 días y seis horas, divididos en doce meses. Asimismo, estableció que el año comenzaba el 1 de enero, pues era cuando los cónsules tomaban posesión del cargo. Pese a su precisión, el calendario juliano establecía que el año duraba once minutos y catorce segundos más de lo que dura la traslación de la tierra. Este pequeño desfase retrasaba cada año la fecha oficial once minutos respecto a la fecha astronómica. Tras un milenio y medio de vigencia, el retraso había llegado a los diez días.

Para arreglarlo, el Papa Gregorio XIII estableció en 1582 el calendario gregoriano que desde entonces rige la mayoría del planeta. Se determinó que cada año duraba 365 días, cinco horas, 48 minutos y 46 segundos. Además, para ajustar la fecha oficial se pasó directamente del 4 al 15 de octubre. Pero no sólo eso, fue precisamente este pontífice el encargado de instaurar la celebración de esta importante fecha, que, a las cero horas del día 1 de enero de 2024, según la tradición, volveremos a celebramos. ¡felices fiestas de fin de año!

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