Por Luis Enrique López Carreón Dirigente del Movimiento Antorchista en Colima
Se sabe que el miedo es una de esas sensaciones incómodas e indeseables que todos sufrimos a lo largo de nuestras vidas. El temor y sus variantes como la angustia, las fobias y demás dispersiones psíquicas están siempre presentes a lo largo de nuestra existencia, y de manera directa o indirecta todos padecemos sus consecuencias de manera inevitable.
Es cierto que el miedo básico puede ser provechoso bajo ciertas condiciones bien determinadas, y, tanto antropólogos como algunos psicólogos estudiosos del tema, piensan que es un mecanismo natural evolutivo; aseguran, por ejemplo, que la tención de alerta generada por cierta dosis de miedo es siempre necesaria para vivir, superar los peligros reales y nos ayuda a defendernos de nuestra angustia. El miedo que entona, aseguran algunos, aquel que impele a actuar y buscar respuestas y soluciones, nos sirve para dominar esas situaciones que nos causan temor y de esa manera superarlas.
Pero existe también otro tipo de miedo; el miedo que paraliza, el que nos hace retraernos y nos impide reaccionar para superar sus causas. Este es el miedo que somete; el miedo que puede ser manipulado para dominar a otros. Se sabe bien que a nivel colectivo los poderes fácticos que gobiernan al servicio de los grandes potentados, utilizan el miedo para someter a los individuos y mantenerlos en un estado de bloqueo, que limite o nulifique su acción y sus criterios así sean los más simples y cotidianos. En la historia de la humanidad, la utilización política y religiosa del miedo está ya bien documentada.
Es este miedo colectivo el que nos mueve a actuar de manera condicionada o a aceptar situaciones impuestas (como sucede en la política hoy), por temor a rechazarlas. Leí en algún lugar que, aquellos que a causa del miedo nos inculcaron el dicho popular: “ni modo”, consiguió de esa manera la perpetuación de la desigualdad, la injusticia y la falta de solidaridad ante el temor mezquino, con el argumento mezquino también, de que, si actuamos en favor de otros, las cosas podrían empeorar para nosotros. Es este miedo mezquino y reaccionario, el que atenta contra la verdadera organización popular en nuestros días.
Por todo lo dicho hasta aquí, yo sostengo que el clima de inseguridad y violencia que vivimos por todos los rincones de nuestra patria, tiene un carácter netamente clasista; es decir, que, si no es fomentado directamente por las clases económicamente dominantes, que necesitan el sometimiento colectivo de los trabajadores para extraerles hasta la última gota de fuerza de trabajo, estoy muy seguro que es tolerado, magnificado y ampliamente difundido por ellas, dado que, como ya dije, el miedo, y en este caso en su carácter colectivo, puede ser (y es), manipulado para someter a otros, es decir, a los trabajadores y sus familias para que eviten la defensa de sus derechos.
Y lo que vemos, sobre todo en los días recientes, de cara al próximo proceso electoral para elegir al siguiente mandatario o mandataria de la nación, pero también a muchas otras autoridades en los Estados, es la mejor prueba que ofrezco acerca de lo que digo.
Veamos algunos datos. El columnista Raymundo Riva Palacio, escribió el pasado 2 de febrero un trabajo en el que afirma lo siguiente: “Con 177 mil 942 homicidios dolosos en 62 meses de gobierno, mucho más que cualquier otro presidente antes que él, Andrés Manuel López Obrador dijo este lunes [26 de enero] que México era un país pacífico y que la incidencia delictiva se ha ido reduciendo.” Pero, cualquier mexicano mínimamente informado sabe perfectamente que esto es totalmente falso. Alguien dijo por ahí que, ahora, lo único de “pacífico” que le queda a México es su océano: el Océano Pacífico. Y estoy de acuerdo.
Y en cuanto a la percepción de los mexicanos ante la inseguridad, es decir, el miedo colectivo que sufren y los manipula, los datos nos los ofreció el INEGI en su comunicado de prensa del día 18 de enero pasado, titulado “Encuesta de Seguridad Pública Urbana” (ENSU), donde analiza el cuarto trimestre del año 2023.
Veamos. “A nivel nacional, en diciembre de 2023, [el] 59.1% de la población de 18 años y más [más de la mitad] consideró inseguro vivir en su ciudad”. De ellos, el comunicado informa que 64.8% de las mujeres y 52.3% de los hombres dijeron padecer esta situación. Las ciudades con mayor porcentaje de población que se siente insegura fueron Fresnillo, con 96.4%; Naucalpan de Juárez, 91.0%; Uruapan, 89.9%; Ecatepec de Morelos, con 88.7%; Zacatecas, 87.6%, y Cuernavaca, con 85.7%. Conforme al cuadro con el listado de las ciudades que se analizan de todo el país, tenemos que, de 91 ciudades analizadas, en 59, es decir, el 64.8% de ese total, más del 50 % de la población dice sentirse insegura. ¿Qué dicen de todo esto en sus discursos, las candidatas y los candidatos que aspiran a los puestos de elección que se disputaran el próximo 2 de junio?
Con estos datos, es claro concluir desde ahora, cómo es que el miedo colectivo generado por la inseguridad que sufrimos, es un componente fundamental a utilizar por el partido gobernante para asegurar su triunfo en la próxima contienda electoral. Si no fuera así, entonces, ¿por qué el presidente sale a decir que somos “un país pacífico” y que “la incidencia delictiva se ha ido reduciendo”? ¿Acaso no lee las estadísticas de INEGI el primer mandatario de la nación?
Y en Colima, ¿cómo vamos? Aquí, es cierto que no somos de las entidades con mayor población que se siente insegura, pero la realidad dice otra cosa. INEGI afirma que, en la capital del Estado el porcentaje de población que dice sentirse insegura, pasó de 70.3% a 70.5% de septiembre a diciembre de 2023; mientras que, en Manzanillo, de 59.5% a 55.4%. ¿Acaso sabrán esto los señores y las señoras que quieren con todo su empeño gobernar estas dos urbes?
Pero hay más. El 20 de enero pasado, la Mesa de Coordinación Estatal para la Construcción de la Paz y la Seguridad de Colima, reportó que había consignado en el año 2023 un total de 913 asesinatos, una cifra que superó los registrados en 2022 en un porcentaje aproximado al 2.9 por ciento. Y en este año, tan sólo al 26 de enero pasado, ya se llevaban contabilizados 52 asesinatos, 18 más en grado de tentativa y 33 desaparecido. Y contando.
No hay duda, estamos sufriendo las consecuencias del miedo colectivo inducido en la población para prepararnos para el siguiente proceso electoral. El partido gobernante buscará el triunfo cueste lo que cueste. Y, contra el miedo colectivo ya solo nos queda la resistencia colectiva. La verdadera organización popular de todos los agraviados es ya la única alternativa. Preparémonos entonces para lo que viene. No hay de otra.