Por Luis Enrique López Carreón
Dirigente del Movimiento Antorchista en Colima
Hoy, estimado y preocupado lector, tenía yo pensado referirme en mi escrito, a las terribles consecuencias del desaforado ambiente de inseguridad que se vive por todo el Estado, sobre todo, en la zona metropolitana de la capital. Pero, aseguro que la tragedia violenta de inseguridad que vivimos hoy es tal, que, justamente, igual que las autoridades encargadas de garantizarnos, precisamente la seguridad, confieso que me he quedado sin palabras. Y, sin ánimo de exagerar, creo que para entender bien a bien lo que sucede y lo que sucederá más adelante, es probable que necesitemos, incluso, la opinión de un buen corresponsal de guerra.
Y en verdad que la situación no es para menos. Un día, sobresaltos por balaceras; al otro, ejecutados por doquier; luego, desmembrados embolsados; después, levantados y desaparecidos. Y ya no hay día que duerma uno sus noches tranquilas sin los sobresaltos de las detonaciones. No, dígase lo que se diga, nuestra Colima no tiene hoy mejores tiempos que antes.
Pero dije que me he quedado sin palabras. Y es cierto. En verdad que es indispensable la calma para poder razonar mejor los hechos y sus consecuencias, y por hoy, me parece que la calma que necesitamos aún está lejos. Esperemos que pronto surta efecto, la receta aquella del señor presidente de, “abrazos, no balazos”. Por lo pronto, no nos queda más que proteger a nuestra familia solos, y esperar.
Pero es sabido ya que la inseguridad, como otros tantos males, no es sino sólo una de las múltiples consecuencias de un mal aún mayor: la pobreza. Por eso creo yo, que, no obstante, la latente zozobra del peligro constante que vivimos hoy de perder la vida misma, no olvidemos nunca atacar, e intentar esclarecer cuando así podamos, el fondo mismo de la consecuencia que sufrimos. El gobierno de México abandona a los más pobres en su miseria, y los consuela sólo, dándoles limosna oficial. Más adelante citaré dos notas para tratar de demostrar lo que digo.
Cuando alguien me preguntó ya hace algún tiempo, que cómo definía yo en dos palabras la pobreza, dije así sin vacilación: “¡hambre y frio!”, como si la respuesta me saliera de las entrañas mismas. Pero hoy, que la serenidad de los años ha atemperado un poco mis entrañas, mis respuestas ya no salen de tan adentro. Hoy, aseguro que una palabra sola define entre los mexicanos más desamparados, la tragedia que significa para ellos la pobreza, tal como la defino yo en toda su generalidad, y esa palabra no puede ser otra, es el hambre.
De pequeño, recuerdo que las madres campesinas de la árida zona coahuilense que me vio nacer, saciaban el hambre de los suyos con tres alimentos básicos e infaltables en sus mesas: tortillas, frijoles y chile. Ya de mayor, nunca en la mesa de las campesinas, en cuyas viviendas siempre me guarecí luego de la extenuaste jornada de mi trabajo de organización, faltó para mi apetito este frugal pero sincero manjar. Pero esto ya se acabó.
El día 8 de febrero pasado, leí en el portal de Azteca Noticia una nota que me sorprendió. Dijo así el medio: “Baja consumo de frijoles en México; están estigmatizados: UNAM”. ¡¿Estigmatizados?!, pero, ¿es que acaso en verdad los pobres, tienden a “estigmatizar” aquello que es casi lo único que pueden y deben comer, dada su pobreza? Pero así dijo el medio; y además, que el consumo de frijoles disminuyó, porque este alimento se estigmatiza por ser económico y considerarlo para una “dieta de pobres”. ¿En serio? Y luego precisó: “En 1980 el consumo de frijol por persona al año era de 16 kilogramos, en 2021 bajó a nueve kilos anuales, según datos del Panorama Agroalimentario 2021 de la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural (SADER)”
Pues yo sinceramente lo dudo. Dado que los pobres, precisamente por ser pobres, no tienen otra alternativa más, que comer “dieta de pobres”; dudo mucho que dejen de comer frijoles sólo por un prejuicio. ¿No será acaso, que, dada la situación de miseria a la que nos ha arrastrado el actual gobierno, ya los pobres no completan ni para alimentarse con frijoles? Pero en fin, hasta aquí dejo lo que importa saber de la nota.
Luego, el día 10 de febrero encontré en el periódico La Jornada, otra nota que bien puede decirnos sobre el aumento súbito de la tortilla. Dice así: “México, primer importador de maíz en el mundo: CNA”. La nota informó, que, del total del consumo nacional que es de casi 45 millones de toneladas al año, en el país se produce entre 27 y 28 millones de toneladas, el resto se importa. Que, se estima, que las compras de maíz al exterior, en 2021, cerrarán en 17.5 millones de toneladas. Los datos fueron aportados por Luis Fernando Haro, director del Consejo Nacional Agropecuario (CNA). ¡Cosas veredes!, como se suele decir.
Es algo ya muy sabido, que el maíz es originario de México; que, gracias a los restos de semillas hallados en Tehuacán, Puebla, sabemos que su cultivo en esta región data de hace más de siete mil años. También se sabe que los mesoamericanos (habitantes antiguos del centro del país), utilizaban el maíz no sólo como alimento, sino también como parte de sus ceremonias religiosas; así lo atestiguan las culturas antiguas como la mexica, que adoraban a la diosa del maíz, Centéotl; o la cultura maya, con las historias de Popol Vuh, donde se cuenta que el hombre fue creado por los dioses con el maíz. ¿Qué fue lo que pasó entonces, que ahora los campesinos mexicanos se niegan a cultivar maíz, y prefieren alimentarse de él, haciendo “compras al exterior”? ¡Cuánta falta de respeto a nuestros campesinos!
Pero es cierto. El maíz con que se hace mucha de la tortilla que hoy consumimos, se le compra a nuestro vecino del norte, que no pierde nunca la oportunidad de hacer jugosos negocios con el hambre de los mexicanos. Y no descartemos también, que pronto el Gobierno federal salga a decir, que bajó el consumo de tortilla, porque los mexicanos estigmatizan al maíz, por considerarlo “dieta de pobres”. Faltaba más.
Finalmente, les reitero a todos los colimenses mi sincera y humilde recomendación para que nos cuidemos. Aunque, la verdad, ya no sabemos ni de quien debemos tener más cuidado, si de la pandemia, la inseguridad o el abandono oficial en que estamos todos. Porque, ahora ya lo sabemos bien, todos, tarde o temprano, y a su manera, también matan.